La ola verde argentina, cuyo poder ha logrado un gran paso en el tema del aborto, ha originado un revuelo también en nuestro país, a las feministas nos dio esperanza, y a los conservadores los hizo volver a espantarse y horrorizarse con la idea de pensar que las mujeres de pronto nos iremos embarazando solo para luego poder abortar.
Como médica, desde una mirada como salubrista, tengo una preocupación por la cantidad de servidores de salud, entre médicos, obstetras y enfermeros que han mostrado su voz de protesta en contra de la legalización del aborto, compartiendo las publicaciones con las pancartas de unos colegas argentinos que decían: “Conmigo no cuenten”, o incluso celebrar las nefastas declaraciones de un anestesiólogo que publicó, en su cuenta de Facebook, que si una paciente acudía a su servicio no le administraría anestesia. O peor aún, compartir publicaciones en las que se ven fetos que son seccionados, para luego vender sus órganos a unas mafias, las mismas que financian las campañas en pro del aborto; esto último me generó terror, pues cualquier personal de salud sabe muy bien que eso es imposible y que, además, el producto de un aborto es un embrión y no un feto o un bebé de 9 meses.
La campaña “Cuidemos las dos vidas” también convocó a profesionales de la salud, lo cual no es una sorpresa, sobre todo cuando el argumento es el pecado, Dios y los valores morales, pero lo que llamó mi atención es el hecho de respaldar argumentos sobre la carnicería que representa el procedimiento, haciendo referencia a las declaraciones de una médica argentina que nos ilustró una masacre sangrienta, totalmente lejos de la realidad, pero que yo creí, podía ser solo admitida por quienes no tenían la preparación en temas de salud.
Lo sucedido en Argentina nos interpela, nos grita al oído, nos llama a la acción, nos dice que tenemos el deber de hacer algo, más aún, siendo conscientes de la clase de personas que toman las decisiones en nuestro país. El aborto es una realidad, nos guste o no, estemos de acuerdo o no, sucede y no podemos evitarlo, negarlo es dejar que las mujeres pobres sigan muriendo y que inescrupulosos se sigan enriqueciendo con la desesperación de ellas.
¿La legalización del aborto es la solución? No, claro que no, pero es una medida que evitaría la clandestinidad y nos acercaría a las pacientes, nos permitiría estar con ellas, acompañarlas, evitar que se mueran y sobre todo saber las razones por las cuales sucede este fenómeno social, tener estadística confiable, datos, y con ellos armar un potente programa de salud sexual y reproductiva. Esto sería hermoso, ya me imagino trabajando con mujeres que confíen en nosotros, que nos busquen y poder tener la capacidad de dar respuestas, brindar soluciones, salvar sus vidas y, sobre todo, otorgarles sus derechos; pero esa visión ilusoria se me borra rápidamente, cuando veo la mayoría congresal que decide nuestras vidas y escucho las declaraciones de un pusilánime ministro de Educación, a quien le tiembla la lengua al decir la palabra “género”, porque antepone su cargo antes que los derechos de las niñas y los niños del Perú.
Entonces, considero que debemos hacer un meticuloso análisis, uno que vea este problema con unos ojos especiales y en este momento, aunque suene a vanidad, debo decir que poseo los lentes adecuados, unos bifocales, de salubrista y feminista, que me permiten ver más allá de lo evidente, y por ello quiero compartir esa visión.
Como primer punto y muy importante, las mujeres no “se embarazan”, porque el embarazo no es producto de la generación espontánea, no somos hermafroditas, tampoco nos embarazamos por andar con minifaldas, alcoholizadas, en busca de placer lujurioso y pecaminoso, no.
El embrazo, aunque me parece tonto explicarlo, es producto de la unión sexual de un hombre y una mujer, eso quiere decir que las mujeres no “nos embarazamos”, sucede como consecuencia de un acto que realizan dos personas, aunque en nuestra realidad peruana, no siempre es con el consentimiento de ambas partes, pues muchos embarazos son producto de violaciones, y no hablo solo por las niñas y adolescentes víctimas de abuso, sino por las muchas mujeres casadas, que son sometidas a actos en contra de su voluntad, bajo la premisa que deben cumplir con su obligación de esposas, a la que además se le prohíbe el uso de métodos anticonceptivos porque deben procrear, como parte de su función.
Es así que la causa del embarazo no es responsabilidad única y exclusiva de la mujer, pero la naturaleza biológica nos obliga a ser quienes llevemos la consecuencia del pecaminoso acto sexual, siendo este en las condiciones óptimas, una hermosa experiencia, de disfrute y de alegría inconmensurable, y que, lamentablemente, no es la misma que muchas mujeres viven, pero que un sistema conservador y antiderechos como este, obliga a vivir esta experiencia, como una condena cruel, desde el momento que les niega la educación sexual, pasando por la incapacidad para cubrir las necesidades de anticoncepción y termina dándole la estocada final, obligándolas a llevar un embarazo que nunca quisieron ni quieren tener.
Aclarado el primer punto, debo decir que, los servidores de salud tenemos una gran responsabilidad con respecto a la información que brindamos y, sobre todo, cuando nos encontramos frente a un paciente. Como personas tenemos todo el derecho de tener nuestras creencias, de vivir bajo los preceptos de alguna religión, incluso de tener nuestros prejuicios y seguir conductas según los valores morales que creamos convenientes, pero jamás podemos trasladarlos hacia nuestros pacientes y tampoco a nuestro proceder en el momento de atender a alguien.
Por ejemplo, si un médico pertenece a una religión que tiene como creencia que la donación de sangre y de órganos es un sacrilegio, lo que corresponde es que, si este, como paciente, o sus familiares, en caso de pertenecer a la misma religión, requieran de una transfusión o un transplante, tiene el derecho de negarse a recibir este beneficio de la ciencia; nadie, aunque no podamos entenderlo, puede obligarlos a recibir una atención de salud que sus costumbres, cultura o religión se lo impida; eso es parte, también, de la empatía con la que debemos tratar a las personas, pero me hago la siguiente pregunta, ¿el médico mencionado se puede negar a realizar este procedimiento a una persona que no pertenece a su religión, que no cree lo mismo que él y que considera esta una buena opción porque le da la posibilidad de vivir más años? Me la voy a responder. NO, no puede negarse, además, tampoco puede emitir juicios de valor sobre lo que él podría considerar un pecado, pues este es parte de un procedimiento legal y aprobado dentro de las normativas de salud. El ejemplo se aplica también para el caso de la legalización del aborto, pues no podemos anteponer nuestras concepciones religiosas y mucho menos personales, para argumentar que estamos en contra, por lo menos no en calidad de servidor de salud, no tenemos esa licencia, no podemos ejercer una actividad de este tipo si no hemos aprendido a separar convicciones personales de lo que significa la salud pública o incluso la misma ciencia.
Además, es importante saber que cuando se habla de la legalización del aborto, no significa que de pronto el programa de salud sexual y reproductiva se va a trasladar a los quirófanos y se dedicará a realizar abortos de manera intensiva, eso sería tan torpe e incluso desalmado como el programa de esterilizaciones forzadas del gobierno del nefasto expresidente Alberto Fujimori.
Estamos en la obligación de brindar a las mujeres un programa completo, que inicie con la educación, que garantice el abastecimiento de insumos y que acerque a las mujeres al servicio de salud. Estoy convencida de que la legalización del aborto sería una estrategia poderosa, no solo para disminuir la mortalidad de mujeres y el enriquecimiento ilícito por quienes realizan el procedimiento en la clandestinidad; sino porque tendríamos la posibilidad de captar a las mujeres incluso antes del embarazo, pues si una mujer tiene la facilidad de acercarse a un establecimiento a solicitar un aborto, con mayor facilidad se acercaría a solicitar métodos anticonceptivos, a preguntar y a pedir orientación por parte de quienes debiéramos estar preparados para satisfacer sus necesidades y sus dudas, sin que sean cuestionadas, juzgadas ni atemorizadas con las miradas y preguntas inquisidoras del personal de salud que no las atiende si no están casadas o son muy jóvenes, porque las relaciones sexuales son pecado si formas parte de ese grupo.
La legalización del aborto, además de ser un derecho de las mujeres, es una arma poderosísima que los salubristas tendríamos para mejorar muchos indicadores, desde la captación temprana de gestantes, hasta la morbilidad y mortalidad neonatal, y aunque parezca que no tiene relación, incluso la anemia y la desnutrición infantil. Si quienes trabajamos en salud y, peor aún, quienes toman decisiones, no están viendo el amplio horizonte que esto conlleva, no están viendo nada, y lo siento, pero no están preparados para el gran reto que significa decidir sobre las políticas públicas de un país.
Somos un país cuyos pobladores no confían en el sistema de salud, que prefieren acudir a una farmacia antes que a un hospital, que no tiene un sistema integrado de políticas públicas, desabastecido y carcomido por la corrupción a todo nivel; pero que juzga al paciente obeso con enfermedad cardiovascular, al fumador con cáncer pulmonar, al motociclista con traumatismo cráneoencefálico que manejó sin casco, o peor aún, al obrero de construcción civil que no se amarró bien la soga a la cintura, que ahora quedará parapléjico toda su vida y representará una carga al sistema de salud en rehabilitación, y eso, en el mejor de los casos, si es que tiene seguro. Así de crueles somos, así es la falta de empatía con quienes acuden a nuestros servicios, abandonados por el Estado corrupto que no implementa políticas preventivas porque está muy ocupado obedeciendo órdenes y mandatos divinos.
Es así que las mujeres estamos abandonadas ante un sistema educativo que nos indica llegar “vírgenes y puras” al matrimonio, como única salida para salvar nuestras vidas y por supuesto nuestras almas, que parece ser, lo que realmente importa, mientras que el sistema de salud nos condenará si cometemos el pecado de la fornicación, negándonos los métodos para evitar un embarazo, para luego negarnos también el aborto, mientras que dirá que hizo todo lo posible, cuando alguna de nosotras llegue agonizante a un servicio de emergencia, y para las que continúen con el embarazo les tiene separado la anemia y desnutrición, un parto prematuro, la eclampsia, la mortalidad materna, la muerte neonatal, la desnutrición infantil y muchos otros castigos divinos más.
Esperemos entonces, que un alma bondadosa se apiade de las niñas que pronto serán mujeres, que nos conceda la gracia de tener un o una ministra de Educación que hable con la verdad, que pueda decir la palabra “género” sin miedo, en voz alta y que la implemente en cada uno de los diversos programas educativos, para poder ser de una vez por todas libres y felices.