Ilustración hecha por Tach Maeshiro.

Han pasado ya 21 años desde que tus restos fueron hallados dentro de bolsas de plástico el 23 de marzo de 1997. Dos hombres, como si se tratase de desperdicios, se deshicieron de tu cuerpo hecho mierda, tirándolo por las afueras de Lima, cerca de la carretera que va a Canta. Lo hicieron a plena luz del día. No pasó mucho tiempo para que una adolescente se animase a abrir una de las bolsas. Te encontró. Te encontramos, y quienes quisimos ver ya no pudimos apartar la vista del régimen que gobernó el país durante la década del 90.

Tu familia se preocupó tanto por ti al darse cuenta de que no regresaste a casa a tiempo para dar de lactar a tu segunda hija recién nacida. Te buscaron hasta que tu compañera en el Grupo Colina, Iris Chumpitaz, les dio por teléfono la peor noticia que pudieron escuchar en sus vidas: había un cuerpo en La Morgue que podría ser el tuyo. Pudieron identificarte gracias a las cicatrices que tus asesinos no te infligieron. Paradójicamente, tus restos terminaron por revelar aquello que tus asesinos se preocuparon por desaparecer: tu nombre y tu testimonio.

Descuartizada, sin brazos y sin cabeza, así fue como te dejaron. ¿Qué no te habrán hecho antes de que la penumbra se apodere de ti? Por ahí leí que te habían cercenado viva. Es una posibilidad nada deleznable teniendo en cuenta las características de tus presuntos asesinos: exagentes del  Destacamento Colina, seres capaces de matar sin duda ni remordimiento. Entre ellos, figura tu expareja, exprofesor y líder del escuadrón, Santiago Martin Rivas, el hombre que más rencor te tenía. Creo adivinar por qué te terminó odiando: porque lo mandaste a la mierda, porque decidiste hacer tu vida, rehacerla sin que él la ensombrezca. Te costó dejarlo. Fuiste incondicional a él por años a pesar de sus golpes y humillaciones públicas. Los demás Colina fueron testigos de lo que hacías y soportabas por Martin Rivas y de cómo este te terminaba tratando. Lo perdonaste tantas veces que creyó que siempre ibas a estar para él. Se equivocó. Me parece que el punto de quiebre fue el nacimiento de la primogénita de ambos. Ni siquiera se apareció para acompañarte durante el alumbramiento. Quizás fue el amor hacia tu propia hija lo que hizo que te alejaras de ese asesino. Se trataba de un sujeto peligroso. Lo sabías muy bien. Demasiado bien.

Por varios meses pensé que tu homicidio fue un lamentable feminicidio. Lo que pasa es que me guié por las noticias que se publicaron en el 97 sobre tu asesinato: como si ellas reflejasen la “verdad” de los hechos. Me equivoqué. Fui una ingenua. Para echar luz sobre tu muerte, es necesario no solo preguntarnos por lo que te hicieron, sino también por lo que hiciste tú. Tú, alias la Flaca, Estrella, Leslie y Fany, agente de inteligencia especialista en operativos encubiertos y ex miembro del Destacamento, estuviste presente durante la matanza de Barrios Altos (1991), sabías la ubicación de los “desaparecidos” de La Cantuta (1992) y apuntaste con un arma a la hija de Pedro Huilca mientras ella observaba cómo su padre se desangraba (1992). No disparaste. Pero sabías demasiado y ese conocimiento te dolía, te estaba destruyendo. Por eso, fuiste uno de los contactos que el periodista Pepe Arrieta tenía en el Servicio de Inteligencia del Ejército. César Hildebrandt también confesó que tú y Leonor La Rosa le entregaron información. Gracias a una filtración tuya, le llegaste a salvar la vida a este periodista. Sin embargo, te descubrieron, a ti, a Leonor y a otros. Estabas al tanto de lo que eran capaces de hacerte si se enteraban de tus infidencias. Y también era de tu conocimiento que no tenías escapatoria.

La hipótesis que maneja hoy la Fiscalía es que Vladimiro Montesinos te mandó asesinar como parte del plan de contrainteligencia del Estado denominado Tigre 86. La cacería de brujas se desató, al parecer, en los primeros meses del 97. Tú fuiste una de las víctimas mortales. ¿Sabes por qué te dejaron así, hecha desecho? Creo que como advertencia o amenaza a otros agentes-informantes. Lo que sucede es que el doc estaba harto de que la prensa independiente revelase información sobre sus ganancias y acerca de los ilegales operativos de persecución que mandó a realizar contra opositores políticos del gobierno para el que operaba: el fujimorista. Por ello, encomendó la tarea de aniquilarte justamente al hombre que más podría  gozar causándote dolor: Santiago Martin Rivas. Al parecer, él no te desmembró solo. Jamás mató solo. Siempre estaba acompañado de otros hombres que miraban y esperaban cómo impartía el primer golpe. La masculinidad extrema en su máxima expresión.

Otro punto a favor de la acusación fiscal es que Martin Rivas no solía asesinar sin un mandato, sin que se lo ordenasen, sin saber que lo iban a proteger, pase lo que pase. Y así fue. Durante la década del 90 ni él ni nadie fue acusado formalmente de tu asesinato. 21 años han pasado y hasta ahora tu homicidio permanece impune. Ya cayó el gobierno de Alberto Fujimori (por ironías de la vida, gracias a una filtración), sus hijos y herederos políticos están que se fagocitan entre ellos y tu caso aún no tiene sentencia a la vista. Quizás se produzca un veredicto en unos años. Quizás no. Por la justicia que tú, los tuyos y todos merecemos, esperamos que así sea. Estaremos vigilantes. Sin embargo, lo que sí te puedo asegurar, Mariela, es que tú fuiste la mujer que nos abrió los ojos a muchos, incluyéndome a mí. Tu cruel asesinato demuestra que en el decenio mencionado no solo la poca institucionalidad del país fue reducida a cenizas, también se destruyeron existencias y corporalidades.

Tu homicidio refleja, a su vez, lo que el régimen fue capaz de hacer contra las mujeres, contra los disidentes, contra los que se atreven a decir “nunca más”. Que tu nombre y testimonio permanezcan indelebles en la memoria de una nación que no te pudo amparar cuando la necesitaste; pero que —esperamos— está aprendiendo a recordar.

* Este texto es una versión actualizada y corregida del artículo “A Mariela Barreto”, publicado por la autora en el blog Feministas (2017).