Por Angélica Motta

Un padre mata a su hijo menor de edad por ser homosexual, como primera reacción muchxs nos quedamos impávidxs ante tanto odio y su capacidad destructiva, pero es necesario mirar más allá, considero que focalizar el discurso en el odio conlleva al menos dos dificultades que es necesario trascender para comprender la situación a cabalidad. La primera dificultad es que se coloca en discurso una emoción como foco explicativo. Hay que tener cuidado con focalizar el discurso en el odio, ya que su preeminencia nos puede hacer perder de vista que se trata de un caso de violencia letal cuya base explicativa es el ordenamiento social, el mandato de masculinidad patriarcal según el cual para afirmarse en ese lugar de estatus que es la masculinidad, se requiere de los hombres que sometan a seres considerados femeninos o asociados de alguna manera a la feminidad, al extremo de ejercer sobre ellos poder soberano de vida y muerte, incluso tratándose de hijos y pareja.

Es cierto que la categoría “crimen de odio”, si bien coloca en primer plano la emoción de odio, contiene en su definición una referencia a las condiciones sociales que lo generan. Así, por ejemplo, Alberto de Belaunde [1] lo describe como: “aquel delito violento – asesinato, lesiones, etc – cuya ferocidad o motivación se explica en los prejuicios del criminal frente al grupo al que pertenece la víctima”. Ahí viene la segunda dificultad, aun cuando la definición contempla los prejuicios sociales como explicación del odio y la aversión, la categoría no alcanza para entender toda la complejidad de dichos crímenes porque –siguiendo el argumento de Segato [2] al respecto de los feminicidios–  se focaliza en el vínculo vertical que enmarca la relación entre agresor y víctima, dejando invisible otra dimensión sumamente importante que es el nivel de comunicación entre pares, aquel nivel en que el perpetrador le envía un mensaje a otros hombres y a la sociedad a través de estos crímenes; y ese eje horizontal de comunicación entre pares, donde se consolida el honor masculino, es clave.

La constitución de la masculinidad, como identidad, se funda en la negación de lo femenino como parte de sí, lo que implica especialmente el rechazo y distanciamiento de lo homosexual, entendido como algo abyecto e indeseable. Esto significa para los hombres, en carrera a la titulación como tales, tener que demostrar cotidianamente a sus pares (sobre todo en la adolescencia y juventud) que no son gays o afeminados en ninguna medida. Dudo que algún hombre en el Perú no se haya confrontado alguna vez, aun si “solo” en la chacota cotidiana típicamente masculina, con desafíos a probar su masculinidad vía acusaciones de ser gay o afeminado; y es que es con el reconocimiento del grupo de pares, en la fratría masculina, que un hombre se titula como tal. Como dice Norma Fuller [3]: “la masculinidad es una construcción inherentemente frágil y extremadamente dependiente del reconocimiento externo” (p. 156).

Segato propone concebir los feminicidios como crímenes expresivos, crímenes que comunican un mensaje a través de los cuerpos sacrificados, creo que es posible extender esta misma lógica a los homocidios.  En el nivel de la comunicación de pares, entre hombres, en un feminicidio íntimo el perpetrador envía un mensaje del tipo: “Esta mujer es mía y si no quiere estar conmigo, no será de nadie más, a mí nadie me deja”; mientras que en un homocidio, como el cometido por Humberto Herrera se expresaría: “Ser homosexual es una aberración, yo no tengo nada que ver con eso y no lo permito, prefiero un hijo muerto que un hijo gay”. A diferencia del feminicidio íntimo donde lo que se afirma es posesión sobre el ser femenino, en el caso del homocidio lo que se busca afirmar es separación, no pertenencia. Ambas de manera visceral y desesperada, porque cada una a su manera amenaza la propia masculinidad. Sin duda, homocidios y feminicidios son crímenes de masculinidad frustrada

Por otro lado, en nuestro medio la adultez plena de un hombre se suele consagrar a través de la paternidad [4], esta también es un mandato fundante de la masculinidad y en el caso en cuestión el perpetrador es el padre de la víctima ¿Cómo entender entonces que la dimensión más bien protectora y de vínculo afectivo de la paternidad no haya alcanzado para, por lo menos, balancear en algo el mandato masculino de homofobia? Una posible explicación podría estar vinculada al hallazgo de Fuller [5], según el cual la dimensión más importante de la paternidad en nuestro medio es la perpetuación de sí: “para todos los entrevistados, la paternidad significa contribuir, dejar parte de ellos mismos en la tierra y ser, de alguna manera inmortales” (p. 169). Todo indica que en el caso de Humberto Herrera lo último que quería era perpetuar lo “abyecto” como parte de sí. Sin embargo, es probable que finalmente la contradicción entre todo lo que implica el mandato masculino de paternidad y aquel de aversión a la homosexualidad explique que luego de matar a su hijo Humberto Herrera haya también terminado con su vida.

Para completar el panorama de los mensajes de lealtad patriarcal transmitidos a través de este asesinato, es importante incluir aquel mensaje que Humberto Herrera profirió justo después de perpetrar el crimen. Mensaje dirigido al máximo miembro de la corporación masculina, a lo que este hombre entiende por dios, a quien reza pidiendo perdón por sus pecados y los de su hijo: “… dios mío, perdóname, a mi hijito también padre, todo lo que hemos cometido en esta tierra, te doy gracias padre porque tú has estado conmigo en todo momento…” [6]. Con el asesinato de su hijo ha sellado su lealtad fanática a su patriarca mayor y parece confiar en el perdón para él y la víctima sacrificial que le ofrece.

Notas

[1] Tomado de: https://medium.com/@AlbertoBelaunde/mejor-un-hijo-muerto-a-un-hijo-gay-b3c665b97ffe?fbclid=IwAR0C3dmeJ4Bjl9C5fqJyeHnJgbGU6yF6ixtwxtDRWqK_ZFV5Bz9Ke45ds0o

[2] Segato, Rita (2010). Las estructuras elementales de la violencia: ensayos sobre género entre la antropología, el psicoanálisis y los derechos humanos, 2ª. Ed. Buenos Aires: Prometeo Libros.   

[3] Fuller, Norma (1997). Identidades masculinas. Lima: Fondo Editorial de la Pontificia Universidad Católica del Perú.  

[4] Op. cit.

[5] Op. cit.

[6] Tomado de: http://manoalzada.pe/feminismos/san-martin-luego-de-matar-a-su-hijo-por-ser-gay-se-pone-a-rezar?fbclid=IwAR3NNoGl_g7lGrp6vvMdwwDflhVJWwK6CYZIZNMKsr4kSeajM18pb0iIDJ0