Si bien la vacuna contra el Covid-19 todavía no está probada, que el 80% de los contagiados sea asintomático (según el Centro Nacional de Epidemiología, Prevención y Control de Enfermedades del Ministerio de Salud) significa que 8 de cada 10 seres humanos no necesita de ella pues produce los anticuerpos suficientes para que este virus no cause ninguna consecuencia en nuestro organismo (a diferencia del 15% que presentará síntomas cuya gravedad dependerá de su morbilidad y que —únicamente— para el 5% será letal por enfermedades crónicas preexistentes). Al viernes 29 de mayo de 2020 el número de fallecidos (4099) en el Perú por Covid-19 es del 0.01% del total de más de 32 millones de peruanas y peruanos que somos (32’131,400 según el último reporte del INEI el año pasado).

Solo para tener una idea: 32 millones de personas fallecieron a causa de enfermedades relacionadas con el sida desde el comienzo de la epidemia hasta el 2018 en todo el planeta (Programa Conjunto de las Naciones Unidas sobre el VIH/sida – ONUSIDA, 2019), que es como si hubiesen exterminado a toda la población peruana hace dos años. Actualmente hay más de 79 mil personas que viven con esta enfermedad en nuestro país (Dirección VIH-Sida del Ministerio de Salud – Minsa, 2019), y al año mueren 33 mil peruanas y peruanos por cáncer (Agencia Internacional de Investigación sobre el Cáncer – IARC, Globocan 2018), y ni en uno ni en otro caso se ha desatado tal demencia como con el SARS-CoV-2.

Sabiendo esto, ¿no sería más eficaz terminar con la cuarentena (que continúa causando innumerables muertes debido a la falta de tratamiento de otras enfermedades, el desempleo, la pobreza, la violencia contra la mujer, las enfermedades mentales, entre muchas otras causas), empezar a convivir con el coronavirus y en lugar de continuar con la estrategia del pánico, reforzar la prevención de los grupos de riesgo previamente diagnosticados (adultos mayores, diabéticos, obesos, pacientes con cáncer, etcétera), así como construir más hospitales e implementar los ya existentes; además de mejorar las condiciones económicas, sociales y culturales de las peruanas y los peruanos en general?

Es probable que la mayoría de nosotros actualmente tenga el virus o lo hayamos tenido y jamás nos enteramos porque al no sufrir ningún padecimiento no nos hicimos prueba alguna; sin embargo, luego de esto nos volveremos inmunes al virus (al menos un año señalan los epidemiólogos como Marc Lipsitch, —especialista en enfermedades infecciosas— mientras termina de probarse la vacuna), y por ende no seremos nunca más vehículos de contagio.

No es descabellado pensar que resultaría más conveniente para las personas sanas (sin ninguna enfermedad diagnosticada previamente) contagiarse ahora: «Mientras más aumente el porcentaje de recuperados, el nuevo coronavirus tendrá menos cuerpos para invadir que no hayan desarrollado defensas contra él. Esto se conoce como “inmunidad de rebaño”. Si la mayoría de personas en una población, entre el 70% o 90%, se contagia y genera resistencia contra el virus, la epidemia pierde fuerza y se desploma. A falta de una vacuna contra el SARS-CoV-2, algunos miembros de la comunidad científica piensan que esta podría ser una salida rápida al problema» (de «¿Qué significa recuperarse de Covid-19?», publicado por Emiliano Rodríguez Mega el 8 de mayo de 2020 en el portal Salud con lupa).

El virus no se irá cuando levanten la cuarentena (que ha sido una medida militar para castigar, no sanitaria para cuidar la salud de la ciudadanía y menos sociocultural para educar como estrategia preventiva) y si esperamos a vacunar a los más de 32 millones de habitantes de este país será demasiado tarde porque el daño causado por el confinamiento será irreversible (ya lo es para algunos sectores como el de las Mypes o el del empleo, donde más del 40% de peruanas y peruanos está sin trabajo —según la última encuesta realizada por Ipsos y publicada en El Comercio— y padece la miseria que esto conlleva).

«Convivir» con esta enfermedad significa perderle el miedo al contagio y hacer nuestra vida —en la medida de lo posible— con «normalidad» (si no tenemos problemas de hipertensión arterial, cardíacos o pulmonares, diabetes o cáncer), cuidar a quienes pertenecen a las poblaciones vulnerables —líneas arriba señaladas— y mejorar nuestra calidad de vida personal: física (dejar de fumar, modificar nuestros hábitos alimenticios, hacer ejercicios) y psíquica (cambiar nuestras dinámicas de interacción, fortalecer nuestras vínculos familiares, fundar relaciones sanas con los otros).

Pero sobre todo, significa conminar a las autoridades locales a que mejoren las condiciones sociales, económicas y culturales de nuestras ciudades; a las autoridades regionales que construyan los hospitales necesarios e implementen los que actualmente se encuentran desabastecidos de medicamentos, sin unidades de UCI, ventiladores ni oxígeno pues las muertes se dan más por no tener la capacidad instalada para atender a los pacientes graves que por la enfermedad en sí, y esto es culpa —hay que hacer énfasis aquí— de las autoridades, las cuales deberán enfrentar las denuncias penales correspondientes.

Y a las autoridades nacionales es imprescindible exigirles restablecer los derechos de todas y todos los peruanos, mejorar las condiciones laborales, subsidios y subvención de estas (bonos, suspensión de AFP, retiro de CTS, formalización, etcétera); fortalecer el sector cultural (a través de una política nacional de «economía creativa» que vincule producción artística, artesanal y cultural a contratos, concursos y subsidios públicos y privados), cerrar brechas tecnocomunicativas (redes físicas, conectividad para la educación a distancia, equipamiento institucional), mejorar las condiciones básicas de vida (electricidad, agua y desagüe) e implementar como política pública el ordenamiento territorial.

Insistir tercamente en la cuarentena, en el aislamiento y en la distancia social indiscriminada (que dicho sea de paso no se cumple ni se cumplirá porque una madre de familia prefiere arriesgarse al contagio que ver morir de desnutrición a sus hijos) es darle la espalda a la realidad y a la ciencia y continuar sembrando la desconfianza social para cosechar algún día el miedo a la libertad, lo cual no merece la pena por un virus «banal, de la familia poco prestigiosa de los virus gripales, con condiciones de supervivencia poco conocidas, con características difusas, a veces benignas, a veces mortales, ni siquiera transmisibles sexualmente: en resumen, un virus sin cualidades» (como ha escrito el narrador francés Michel Houellebecq en su carta titulada «Un poco peor»).