Escribe Andrés Cordero
Ya nos dimos cuenta de que esta pandemia representa un antes y después en la historia reciente de la humanidad: en pocos meses se transformó en el hito más importante del siglo XXI. La realidad de ciencia ficción con carros voladores que vislumbrábamos hace pocas décadas para el 2020 tornó de pronto en este presente donde abastecerse de comida implica una aventura distópica detrás de una mascarilla. O no tener para comer ni para la mascarilla.
Más allá de las teorías conspirativas, ya es un hecho que el virus se propaga a un ritmo que puede llevar a colapsar cualquier sistema de salud. Que mientras a la mayor parte no les hará mucho, a un porcentaje los obligará al respirador para aferrarse la vida. Y que no hay suficientes respiradores. Menos acá. Encerrarnos en casa y movernos lo menos posible es hasta ahora la mejor solución para aplanar una curva que es también una ola incontenible, una aplanadora.
No olvidemos que tuvo que venir esta tragedia para darnos cuenta de cuántas cosas veníamos haciendo mal. Qué poco pensamos en el otro. Cómo juzgamos el mundo entero desde nuestro privilegio burbuja. Sin salud pública ni viviendas dignas, ni derechos laborales ni agua ni desagüe. Ridículamente no preparados en varios aspectos, con el bolsillo con hueco. Sin empatía por el otro. Sin ciudadanía cabal capaz de pensar el bien común: reina la lógica de mi apetito, mi derecho, agua para mi molino, mi todo yo.
Y en un mundo de cabeza por varias razones, de pronto es una suerte estar en el Perú, donde las coincidencias de nuestra azarosa política nos han deparado la suerte de no estar hoy gobernados por un bufón, o un alcohólico o un megalómano de los que hemos sufrido tanto. Una crisis de este tamaño requiere liderazgos decididos, y a pesar de todo lo que los medios insistieron, pues sí que los había.
A tan solo un año del Bicentenario, sea acaso la forma de lidiar con esta crisis lo que defina no solo nuestro futuro inmediato, sino el país que podemos llegar a ser. Este país que aspira siempre a refundarse, este sueño incompleto de República, de ciudadanos, acaso arañe en este encerrarnos, en este contar muertos, en este escuchar mensajes, ese ansiado soñar que somos nación. Que somos ese país que saca lo mejor de sí ante la adversidad. Ese resistir, luchar, esa esperanza terca como bandera.
Ahora que esta epidemia no nos machaca aún –como ya sucede en tantos lado– con cientos de muertes al día, es bueno detenernos a valorar lo que la decisión del gobierno implica. Estamos hoy apostando por la vida, por cuidar la vida de aquellos más vulnerables, que son sobre todo por las maneras perversas de esta enfermedad, nuestras madres y abuelas, nuestros padres y abuelos. En estos tiempos de culto exacerbado al amor expectante que tenemos por nuestros hijos, esta enfermedad nos obliga a cuidar de lejos a los que ya íbamos dejando atrás en el ajetreo del día día. A esos que ahora seguro añoramos abrazar.
Y claro, están los abonados de Acho, los 33 mil detenidos ‘parao y sin polo’, la tía Maki Miroquesada ‘hija del poder’, el aspirante a caudillo que utiliza el Congreso de vitrina; todo eso, sí. Pero más de lo que creemos ha cambiado. De pronto vivimos un país donde la ministra de Economía avala un paquete de rescate sin precedentes con el argumento de que no podemos permitirnos pasar por el dolor de ser una nación que deje morir a miles sin hacer todo lo posible para evitarlo. Ya no. Quizá podamos empezar a soñar con ser un país con memoria, que cuando atraviese esta tormenta pueda mirar atrás con orgullo.
La perspectiva política es la correcta: debemos defender la vida y actuar todos como una gran familia. Nos toca corregir, tarde y corriendo, todo eso que vinimos haciendo tan mal tanto tiempo. Pero estamos en ello. Hagamos caso y colaboremos, cada uno con su pedazo de responsabilidad. Va a ser duro. Acaso muchos ya no estarán en un año. Toca ahora recordar dónde estamos hoy, cuáles son nuestros sueños, para cuando sea tiempo de resistir lo más intenso. Toca alentar a los verdaderos héroes, que nos cuidan, alimentan, y curan. Toca sentirnos familia, en un sentido más fraternal César Vallejo que nunca, más María Elena Moyano vamos pueblo carajo que nunca.
En este tipo de crisis, los eventos precipitan con una velocidad vertiginosa. La calma de hoy puede transformarse en escenario de pesadilla, como sucede cada vez más cerca. Recordemos que hemos elegido el amor a la vida, la solidaridad y la colaboración como camino. Toca abrazarnos de lejos y estar más unidos que nunca. Toca resistir.
Foto de portada: Selena Merino.