Escribe Claudia Montalvo

Escribo esto hoy 23 de marzo de 2020. Lo hago como un acto de dignidad y también porque siento que hay cosas que se pueden perder de vista en medio de tanto miedo.

Anoche 22 de marzo de 2020, a las 7:05 p.m. saqué a mi perro Atom para que orine en la berma central de la cuadra 3 de la Av. Sergio Bernales, justo frente a la puerta de mi edificio. Justo al salir, un carro de policía pasó a mi lado por la pista que va de República de Panamá a Tomás Marsano y, utilizando el altavoz, el policía que manejaba me dijo: “Señora, no más de 5 minutos con su perro”. Yo le respondí con gestos de mis manos, pulgares arriba y le dije en voz alta: “Gracias jefe”.

A media cuadra de distancia, una camioneta del Comando Sur se acercaba lentamente por la pista contraria, justo entre mi edificio y yo. No habían pasado ni 20 segundos y ya tenía a la camioneta frente a mí. El policía que conducía no me dijo nada, solo me miró. Unos segundos después, mientras yo miraba a mi perro y rogaba para que orinara de una vez, sentí que alguien se me acercaba con rapidez. Aquí es donde todo se volvió inverosímil para mí. Sé que lo que voy a escribir será controversial, pero en verdad no me importa a estas alturas. Porque siento que si no hablamos de esto en voz alta, el miedo nos seguirá comiendo y nos ganará la batalla.

El policía que tuve encima no me dio tiempo de nada. Me tomó del brazo con fuerza y buscó subirme a la camioneta. En ese preciso instante, producto del miedo y la sorpresa, mi estómago reaccionó y me vine en una diarrea incontrolable. Solo atinaba a decirle: “¡Pero el otro policía me ha dado 5 minutos! ¡Míreme, me estoy cagando! ¡Mire mi pijama! ¡Vivo aquí al frente, déjeme irme a mi casa!”. Mi perro ladraba, aunque los ladridos de un Westy no sirven de mucho. Para ese momento ya eran dos los policías. Yo seguía viniéndome en diarrea. Mi cabeza no entendía nada. No había hecho nada malo, no había infringido la ley de aislamiento social, no habían pasado ni cinco minutos desde que salí de mi edificio, NO ESTÁBAMOS AÚN EN TOQUE DE QUEDA…

Mi novia Mary, que había estado viendo todo esto desde la ventana de mi departamento, al ver que el Suboficial de Primera del Comando Sur, Sr. A. Nuñez, y el que había estado manejando (no recuerdo su nombre) estaban siendo violentos conmigo, en su desesperación salió del departamento sin zapatos y cruzó para pedirles que me suelten.

Tengo moretones en el brazo derecho y ambas muñecas producto de echar mi cuerpo para atrás para evitar subir a la camioneta, porque me daba vergüenza ensuciarla. Sentía vergüenza de ensuciar esa camioneta con mis heces. Para ese momento, no tenía idea de que estaba siendo víctima de violencia policial. Solo sentía vergüenza. El portero de turno en mi edificio, Bryan, tuvo la valentía de acercarse para pedirles que lo dejen coger a mi perro. Le di la correa y nuevamente traté de entrar en razón con ellos. Fue imposible, no escuchaban. Había una sordera que, ahora entiendo, es producto del miedo disfrazado de rabia. Igual que cuando estamos molestos y no escuchamos a nuestras parejas, a nuestros hijos, a nuestros vecinos y solo nos escuchamos a nosotros mismo, y nos validamos para ser violentos. En eso el coronavirus no tiene nada que ver. Eso somos en general.

A Mary le gritaron con la misma violencia que a mí y a empujones la subieron a la camioneta. Quienes conocen a Mary, saben de lo educada y delicada que es, incapaz de ejercer violencia contra nadie. En ese momento llegaba otra camioneta en la misma pista, pero en sentido contrario. Bajaron 3 policías más y comenzaron a jalonearme, a empujarme. Cuando vi a Mary subida en la camioneta, cedí y subí también. La diarrea continuaba. Era estúpida tanta agresión.

La camioneta comenzó a avanzar y a unos metros de nosotros vi salir de su edificio a un joven con su perro. En mi corazón sentí que lo hizo adrede, ya en la comisaría él me corroboraría que así fue, porque logró su cometido y lo apresaron sin violencia, su perro es un rottweiler y si lo atacaban como a mí, era más que probable que el animal reaccionara. Le pidieron que deje a su perro en el edificio (cosa que a mí no me pidieron) y luego le dijeron que no lo llevarían a la comisaría, que era solo para dar el ejemplo y que lo soltarían unas cuadras más adelante. “No iba a dejar que se las lleven solas”, fue lo que nos dijo mi vecino. Este joven abogado, de quien no diré su nombre para no comprometerlo en nada de lo que escribo aquí, fue la imagen masculina necesaria que nos acompañó en la comisaría. Lamentablemente, las mujeres necesitamos una imagen masculina para sentirnos protegidas.

Ya en la camioneta me puse a decirle a Nuñez: “Tú eres violento, te gusta hacerle esto a las mujeres, te gusta violentar mujeres, lo estás disfrutando”, sin gritarle, solo hablándole seria y con énfasis en lo que decía. Lo único que recibía por respuesta era un: “¡Cállese!”. Para mí era importante dejar en claro que estaban siendo violentos con dos mujeres.

Ya en la comisaría, el primer policía con el que tuve contacto me dijo: “Pero ustedes tienen la culpa, no tienen porqué salir a divertirse con el perro”. Ya a esas alturas, mis formas de ser valiente y decidida estaban a cargo. Le dije si estaba tomando partido, que él no podía decir que yo estaba saliendo a divertirme con mi perro si no tenía idea de la situación. Le pedí la hora, pero no quiso dármela. Yo no tenía mi celular conmigo, pero estaba segura de que no eran las 8 p.m. aún. Una suboficial que estaba a mi lado me mostró su celular, 7:27 p.m. “No estamos aún en toque de queda, no he cometido ningún delito. Estoy literalmente cagada y así me han traído”. El policía dejó de mirarme. Nuñez comenzó a vociferar que pasáramos dentro de la comisaría.

La suboficial Jacqueline, de la que solo sé su nombre, me preguntó si necesitaba algo. Le dije que tenía que ir al baño. Mary quiso venir conmigo, pero no la dejaron. Recién en el baño pude ver que tenía todo lleno de heces. No solo estaba sucio mi pantalón de pijama, también mis nalgas, piernas, vulva y vellos púbicos.

Esta mujer policía fue mi segundo ángel, me trató con respeto, me trajo papel toalla y jabón, me esperó pacientemente a que termine de medio lavarme a mí y a mi pantalón. Luego me llevó al pasadizo donde tuvimos que esperar los tres. No querían que estuviéramos juntos, hicieron de todo para separarnos.

A Mary se la llevaron aparte y otra mujer policía la revisó de arriba abajo, le pidieron que se levante la falda, que se levante el sostén, la catearon por completo. Conmigo no hicieron eso porque estaba en pijama.

A esas alturas ya habían pasado 30 minutos, estaban llenando el acta diciendo que habíamos violado el decreto de emergencia. Ninguno de los 3 firmamos esas actas. Para las 8:10 p.m. los policías de la comisaría de Surquillo ya se habían dado cuenta de que todo esto había sido una equivocación. Uno de ellos me hizo el gesto de que nos quedáramos callados, lo hizo con amabilidad. Yo le entendí y le pedí a Mary que ya no diga más, ella estaba asustada e indignada también. El policía esperó a que Nuñez salga de la habitación para decirnos que nos iban a dar una papeleta de libertad para que nos vayamos.

Lo que los policías que nos apresaron querían era que durmiéramos en la comisaría hasta las 5 a.m., que termina el toque de queda. Yo pensaba: “Estoy con el pantalón totalmente mojado… esto me va a enfermar”. Cuando los del Comando Sur se fueron, procedieron a hacernos firmar la papeleta de libertad y nos devolvieron al barrio en un carro de la policía de Surquillo, el mismo tipo de carro cuyo conductor me había dicho a las 7:05 p.m.: “Señora, no más de 5 minutos con su perro”. A las 8:40 p.m. ya estaba en casa.

Si ya llegaste hasta aquí, te ruego que te quedes un rato más. Decidí escribir todo esto por dos razones: 1) Recuperar mi dignidad y mi derecho a expresarla, después de todo, yo no hice nada malo, sino que fui víctima de un policía violento y sus compañeros de turno; 2) Pedirte que contribuyas a que esto no vuelva a pasar, porque sí, TÚ, YO y todos podemos hacer que esto NO VUELVA A PASAR.

Lo que ocurrió y yo no supe en el momento en que todo esto empezó, es que dos minutos antes al Suboficial de Primera A. Nuñez, algunas personas de mi calle que estaban en sus balcones y ventanas lo habían pifiado e insultado porque no había logrado apresar a una pareja de chicos que lleva días saliendo a correr juntos por el barrio. Los chicos estos, que definitivamente no tienen conciencia de lo que hacen y que han burlado el estado de emergencia toda la semana (como lamentablemente muchos lo siguen haciendo) se dieron a la fuga. Nuñez tuvo que soportar las pifias y burlas de toda esa gente que le gritaba “inútil, idiota”, desde las ventanas. Imagino su rabia, su frustración y su dolor, que yo sé que son caretas del miedo.

Cuando este hombre ha llegado a mí, solo un minuto después, lo que hizo fue desfogar su sentir con la persona más débil que encontró en su camino: mujer y, además, sola. Le llovieron más insultos por lo violento que estaba siendo, pero es probable que ya no los haya escuchado. En ese momento él solo tenía un objetivo: recuperar su dignidad cueste lo que cueste. Igual que yo, que no escuchaba nada de lo que gritaban mis vecinos por el miedo que sentía. Igual que tú, que no escuchas el dolor, la pena, la rabia, la tristeza o el miedo de quienes te rodean, porque estás enfocado, enfocada, en tu propio dolor, pena, rabia, tristeza o miedo. Nuñez solo es un espejo de lo que estamos siendo como sociedad, como país. Pero es también una contundente oportunidad de transformación si elegimos hablar acerca de lo que pasa haciendo la menor cantidad posible de juicios y con el amor como acción prioritaria.

Me han tildado de estúpida en redes, dicen que si creo que tengo corona para “sacar a pasear” a mi perro, que está bien que me hayan tratado así. Panorama lanzó el video y lo puso como que me apresaban por violar el toque de queda. La conductora dijo luego que estaba mal que yo haya sacado lejos de mi casa a pasear a mi mascota. Tengo gente conocida que me ha escrito para decirme que hice muy mal en no acatar la autoridad, que en estos tiempos todos hemos perdido nuestros derechos. Todo eso me ha llenado de indignación, pero ha servido para que el dolor que desde anoche no había podido expresar, por fin saliera para liberar la emociones contenidas a través del llanto.

No me había dado cuenta que lo primero que hice al llegar a casa fue llamar a mis hermanas y hermano para pedirles perdón por el mal momento que les había hecho pasar… Tuve el mismo comportamiento que tienen tantas víctimas de violencia en el mundo: me sentí culpable. Me sentí merecedora del castigo. Una amiga me dijo que hablara con otra amiga en común que es Comandante de la Policía, pero a mí me dio vergüenza siquiera pensar en hacerlo. ¿Sabes por qué? Porque no me había dado cuenta aún y no lo estaba aceptando: en el fondo me he estado culpando por todo esto. No merecía su apoyo ni el de nadie. Y no la he llamado.

Ya aquí escribo con un nudo en la garganta. Lo que viví anoche ha sido terrible para mí y para mi novia. Pienso en las mujeres que son violentadas por sus parejas y que ahora están viviendo 24/7 con ellos. Pienso en los niños que son abusados física, emocional y sexualmente por sus familiares y que ahora puede que estén 24/7 con ellos. Pienso en que este “estado de emergencia” es un caldo de cultivo para que la violencia se expanda, una violencia que nos acompaña desde siempre y que el Coronavirus solo está haciendo más evidente. Me tuvo que pasar a mí, para sentirla en la piel, en el cuerpo, en la mente. Tengo miedo de salir, pero no es por la pandemia, es por la violencia. Me siento en medio de la novela de Sábato, “Elogio a la ceguera”, en la que todo terminan siendo victimarios de todos.

Señor Suboficial de Primera A. Nuñez, solo quiero decirle: Lo entiendo, lo perdono. Y le pido perdón en nombre de todos los que le faltaron el respeto, no solo anoche sino en todos y cada uno de los momentos de su vida en que haya tenido que sufrir algo así. Y por intermedio de usted, a todas las fuerzas del orden. No es una situación fácil para nadie, en especial para ustedes. Por favor, permitan que sus acciones hacia el pueblo peruano estén guiadas por el amor y no por el miedo. Les pido que no escuchen la rabia ni el miedo expresado en insultos de cualquier peruano o peruana, actúen con firmeza y sin violencia. Sean el ejemplo a seguir. Yo pongo de mi parte. Ustedes también pueden hacerlo.

Tú que me estás leyendo hasta aquí, solo quiero que sepas que sí puedes marcar la diferencia. Hablando de esto con tus hijos, con tu pareja, con tu familia; dejando de salir por las ventanas y balcones a gritar que se lleven a uno u a otro; dejando de insultar no solo a los miembros del orden sino a cualquiera que tú te creas con el derecho de insultar; evitando comentarios en redes como un gran juez que determina “a este sí, que le peguen bofetadas”, “a este no”. La violencia es violencia en cualquiera de sus manifestaciones y todos nosotros somos responsables de validarla o ponerle un alto. No hagamos de esto un coliseo romano. No interesa si eres militar, policía o ciudadano de a pie. Si esto se va a detener es porque NOSOTROS y NOSOTRAS haremos que así sea. Hagamos que el coronavirus 19 sea la excusa perfecta para respetarnos, comprendernos, solidarizarnos, amarnos. Si esto llega a ocurrir, entonces podremos decir: bendito virus.