El día domingo, la Academia de Los Ángeles premió a La forma del agua del mexicano Guillermo del Toro con el Oscar a la Mejor Película, dejando atrás a Call me by your name, Dunkerke, Tres anuncios por un crimen y mi favorita, El hilo fantasma, entre otras más. En un contexto teñido por la sombra de las espeluznantes revelaciones sobre las violaciones y acosos seriales del famoso productor Harvey Weinstein, y los subsecuentes movimientos #MeToo y #TimesUp, parece ser que el silencio y la complicidad en el mundo de las relaciones laborales en Hollywood está dando paso a un nuevo consenso en favor de la diversidad y la inclusión. En buena hora.

Esta tendencia habría visto su expresión en la coronación el 2017 de Luz de luna como la Mejor Película, en una noche que dejó huella por la polémica. No solo por el hecho inédito del error de Warren Beatty en señalar a La La Land en lugar de Luz de luna, sino porque muchos consideraban que La La Land o Manchester frente al mar (entre los que me incluyo) eran mejores. Sin embargo, esta tendencia no es de ahora. Desde 1998, cuando la Academia no tomó en cuenta a Mi vida en rosa (extraordinaria película franco-belga de 1997) y Happy Together (de Wong Kar Wai), para Mejor Película Extranjera, y más antes, cuando tampoco se tomó en cuenta a Filadelfia (1993), mucha agua ha corrido bajo el puente. Con la nominación de Secreto en la montaña (2005) y las premiaciones de la ya mencionada Luz de luna, así como la extraordinaria Una mujer fantástica, más la inclusión de películas de temática racial como Figuras ocultas, Fences, Lion, Déjame salir o Mudbound, entre otras muchas más, algunos podrían decir que la Meca del Cine ha ingresado a una nueva época.

Sin embargo (siempre tiene que haber uno), deja mucho que desear que se pretenda usar como criterio de valoración de una película su corrección política. Una situación muy diferente es vetar una película por su temática, que premiarla por ella. Personalmente, considero que la valoración de una obra artística debe basarse principalmente en cuestiones de forma y, en menor medida, de contexto. Subrayo esto por la sorprendente declaración de Jennifer Lawrence (ganadora del Oscar y miembro de la Academia), quien afirmó sin pudor que solo vio los tres minutos iniciales de El hilo fantasma, tras lo cual decidió abandonar la platea. Aparentemente el monólogo introductorio de la protagonista en el que revela el carácter, pongamos, sumiso de su personaje ante el narcisista Reynolds Woodcock, le pareció tan desagradable que influyó en su decisión de retirarse de la sala y finalmente en su selección a mejor película. En este sentido, llama la atención el ninguneo de El hilo fantasma, gran película de Paul Thomas Anderson (Magnolia, Petróleo sangriento), protagonizada por el inmenso Daniel Day Lewis (próximo a retirarse de los escenarios), en casi todas las competiciones de cine. ¿Acaso su polémica temática tendrá algo que ver? ¿Cuántos otros miembros de la Academia habrán aplicado este dudoso criterio de valoración?