Exigir la despenalización del aborto no es pedir que se pueda abortar como si hubiera un disfrute en este acto.  El pedido de despenalización del aborto tiene un principio muy elemental: el de proteger a la mujer que es procesada y sancionada por una situación que es comparada con el “asesinato” y se le cataloga como un delito, y lo que es peor, no se sanciona a quienes realizan el procedimiento de forma clandestina e insalubre lucrando con la desesperación de las mujeres.

Cuando las mujeres feministas hablamos del derecho al aborto no estamos pidiendo poder matar a los niños del mundo, estamos pidiendo que nuestros cuerpos no sean usados como objetos que sirven para la reproducción, como objetos de placer que luego son abandonados a su suerte, como objetos que luego son sancionados y cuestionados sin capacidad de tener el derecho a todo lo que pase con su propio cuerpo. Porque hay que tener algo bien claro, la maternidad generalmente resulta de una imposición social, más que de un propio anhelo personal e individual de la mujer, pues la sociedad la condena si no es madre y considera que es su función primordial el de “producir” seres humanos para conservar la especie, sin importar lo que eso signifique para su cuerpo y para su propia vida.

Pedir aborto legal, seguro y gratuito en el hospital no es pedir solo abortar, quien piensa eso está viendo solo el pequeño agujero de la aguja de coser, y desconoce todo el mundo de situaciones que se exigen con esta petición. La problemática del aborto debe ser vista con una integralidad profunda y amplia, debe ser vista desde muchos enfoques, incluso económicos, algo que preocupa tanto a nuestros gobiernos en Latinoamérica, pues en su afán por censurarnos no se han puesto a analizar las pérdidas que originan la clandestinidad, estoy segura que si hicieran un análisis de costos, los miembros de la Confiep usarían el pañuelo verde.

Las activistas nos pasamos mucho tiempo explicando que el aborto no es un asesinato, no, esto no se trata de matar a un pequeño niño, no somos unas salvajes depredadoras de la infancia.  Y es comprensible que, con tanta censura y desinformación, esto sea lo primero en lo que alguien piense si escucha a un grupo de mujeres gritar que las dejen abortar. Este pedido va mucho más allá, queremos vivir libres de violencia sexual desde que somos niñas, queremos tener una educación sexual integral, queremos poder acceder a métodos anticonceptivos que no dañen nuestra salud ni nuestra calidad de vida, queremos no ser juzgadas por tener hijos sin tener que casarnos, o queremos casarnos sin ser juzgadas por no tener hijos, o simplemente vivir sin tener la obligación de ser madres. Queremos dejar de ser los úteros que proveen de recursos humanos a la sociedad.

En nuestro país el grupo que más fervientemente se opone a este derecho está compuesto por un grupo de políticos y “activistas” con evidente relación con las mafias del narcotráfico, de trata de personas y de corrupción en todas las esferas. Decir que son un grupo de conservadores y puritanos que consideran que esto es un pecado y nos quieren librar del fuego de los infiernos es muy ingenuo, pues estos grupos se oponen a todo aquello que signifique igualdad, ya que mientras más desigualdad exista en un Estado, habrá mayor capacidad de ejercer la corrupción impunemente, y no están dispuestos a perder ese poder con el que libremente pueden hacer dinero con nuestros recursos, legislando y usando el poder para hacerse ricos a costa de los derechos de los más vulnerables, en este caso, de las mujeres.  Por eso es importante ser muy críticos cuando anteponemos prejuicios morales al opinar sobre el aborto, porque lo que hacemos al oponemos a cualquier derecho es apoyar tácitamente a los grupos corruptos que toman el poder para sus sucios fines. No habrá lucha frontal contra la corrupción sin el derecho a poder abortar, es así de simple.

Según la ONG Transparencia, el Perú es el tercer país con más corrupción y es en los servicios de salud uno de los espacios en donde esta se refleja en mayor medida, y justamente es la práctica del aborto una de las actividades más lucrativas para quienes se desgarran el alma lanzado agua bendita a quienes desde dentro del sistema reclamamos que el procedimiento sea gratuito y en el hospital, pues de ser así se terminarían los grandes negocios de quienes cobran fuertes sumas de dinero en clínicas privadas o  “aprovechando” los establecimientos del Estado, y con ello cubren las necesidades insatisfechas de ser los médicos peor pagados de la región. 

Exigir poder abortar es mucho más que querer abortar, es querer ser libres, es poder decidir ser madres o no, y cuando serlo, es poder exigir tener un embarazo y un parto libre de violencia obstétrica, es proteger a las pequeñas niñas víctimas de violencia sexual por quienes se supone deberían cuidarlas, es poder ser mujeres felices y no con los ojos tristes por ver pasar nuestros sueños a través de una novela mexicana, mientras limpiamos la casa. Exigir poder abortar es poder decir que somos ciudadanas del país que habitamos, es poder saber que somos iguales, que somos actoras de nuestras vidas y no títeres manipuladas al antojo de corruptos que se disfrazan de puritanos.

Poder abortar es más que ir a una consulta, subirte a una camilla, abrir las piernas ante un desconocido y sentir como te desgarran por dentro el útero, mientras se te mezclan los sentimientos de miedo y de alivio, pararte y pagar, salir y seguir con una vida sin que nadie sepa que eso pasó, y claro, eso solo para las que tienen el privilegio del dinero, porque para la gran cantidad de mujeres es no volver a abrir los ojos jamás, es terminar en un hospital, desangrada, sin útero y sin dignidad, es juntarte con una amiga, leer entre las dos un manual y hacerlo sin saber si es peligroso o no, es morirse de miedo aunque puedas criar a ese niño porque de tenerlo llevarás en tu vientre la evidencia de la culpa, del sexo prohibido que ahora todos sabrán que tuviste, es llevar la marca de puta en el vientre, es parir en un hospital donde te mutilarán los genitales, mientras te gritan que colabores porque el dedo es más chico que un pene y que debiste pensar bien que esto dolía antes de abrir las piernas. Poder abortar es una pequeña esperanza a esa niña violada por su padre, que no entiende bien lo que pasa con su cuerpo y se muere mientras su barriga crece más grande que su propio cuerpo, esperando su muerte, mientras los médicos dejan pasar las semanas para evitar el aborto terapéutico y así “salvar las dos vidas”. Poder abortar es mucho más, y más tarde o temprano conquistaremos ese derecho, aunque en esta lucha nos llevemos la sangre y la vida.

Por el derecho a un aborto seguro, legal y gratuito en el hospital, por el derecho a ser ciudadanas, por el derecho a ser libres y felices, por un Estado sin corrupción, por una vida con dignidad, por el derecho que tiene toda niña y niño de ser concebido con amor, de nacer libre de violencia y crecer en una sociedad que no lo convierta en mercancía de producción, sino en un ciudadano libre y con derechos. Despenalización del aborto ¡ya!