La cultura machista no soporta que las mujeres tengan vida sexual activa, es más, no soporta que las mujeres tengan vida sexual alguna, por eso las sanciona de diversas formas. Ya sea a través de diversos calificativos para deslegitimarlas hasta llegar a sanciones penales como la prohibición total del aborto. Todas son formas de controlar la sexualidad de las mujeres.

Para que el patriarcado, que ya va por los más de 4 mil años de existencia, se instale de forma tan feroz y perdurable en nuestras vidas, ha tenido que tener el apoyo sostenido y eficiente de las mujeres en preservar los privilegios de los hombres.

Privilegios que permitieron la instauración de una doble moralidad en la sociedad. Mientras los hombres tranquilamente podían tener muchas parejas sexuales, incluso casados, las mujeres tenían que llegar vírgenes al matrimonio y ser completamente fieles hasta la muerte. Esto para que la herencia genética y económica pudiera trasladarse a los hijos e hijas del matrimonio, y a nadie más.

Incluso muchas leyes permitían la infidelidad del esposo con tal que no lleve a la nueva pareja a vivir a la misma casa en donde vivía la esposa, todo bien con el engaño, pero no junten a las engañadas. El esposo podía usufructuar casi sin problemas, a todas las mujeres de la casa y del trabajo, incluyendo parientes de la esposa, empleadas domésticas, trabajadoras, secretarias y vecinas. La amante pasó a ser un apelativo común en nuestras sociedades, todo el mundo sabía que existía, y estaba totalmente naturalizado que el cabeza de familia tuviera dos familias o tres o cuatro, o las que el dinero pudiera financiar, y llegar a conocer a nuestros medios hermanos en algún momento de nuestras vidas.

Esa situación, común y cotidiana en la vida de los hombres, no se replicaba de la misma manera en la vida de las mujeres, quienes no solo no podían tener más familias de la nuclear, sino que no tenían que tener siquiera deseo sexual. El matrimonio, como el convento, estaba destinado a que la mujer deseara por siempre a un solo hombre, ya sea real o imaginario, ese deseo, evidentemente impuesto, no podía perdurar más que por la fuerza, para lo que se desarrollaron una serie de mecanismos para contener la vida sexual de las mujeres: cinturones de castidad, encierros, leyes sancionatorias, pérdida de derechos, pérdida de los hijos, lapidación, etc.; pero los que mejor funcionaron fueron los mecanismos discursivos, esos que son más difíciles de derogar porque pertenecen al ámbito privado de las personas, al boca a boca, al día a día, al imaginario social.

Discursos como los que Yola Polastri, animadora infantil, otrora ídolo de multitudes que aún guardan buenos recuerdos de sus canciones, decidió expresar hoy.

Yola sacó a la monja más conservadora que tiene en su interior y decidió sentenciar a todas las mujeres que muestran y demuestran tener una vida sexual activa, y por qué no, saludable.

A Yola la apena, según ella, que las mujeres hablen de sus relaciones sexuales casuales con desparpajo, porque esto no permitirá que “buenos” hombres las quieran como esposas. La pobre Yola no se ha dado cuenta que el mundo ha cambiado tanto, pero tanto, que en todos esos cambios también han cambiado las mujeres, y que una gran mayoría de ellas no está buscando un hombre con el cual casarse, sino independencia económica, autonomía de sus cuerpos, libertad para amar, desear y acostarse con quien quieran, sin importarles las cientos de -no pedidas- recriminaciones y “consejos” que les puedan hacer.

Y si las mujeres han “aceptado” sin muchos remilgos el recorrido público de sus parejas hombres, por qué ellos no podrían respetar el pasado de ellas. Qué ganas, Yola, condenando a las mujeres de algo que no condenas a los hombres, porque cucufata no eres, y sabes que ellos han tenido el privilegio de la infidelidad toda la vida, pero te importa más ser parte de esta camarilla que sigue intentando meterse en nuestras camas para ver cómo hacemos el amor, que impulsar la igualdad de los sexos, esta igualdad en donde no importa con cuántos te acuestes, con tal de que lo hagas porque quieres, con quien quieres y con pleno consentimiento, porque solo así podrás vivir con calidad de vida, con dignidad y con la autoestima alta, esa autoestima que permite exigir que usen condón, ellos, para que no te transmitan enfermedades, y para que luego, no se lleven estas enfermedades a otras parejas o a sus esposas, que dulcemente están cuidando a sus hijos.

No sigas siendo parte de esa gente que ya se está extinguiendo, Yola, que un menor “recorrido público” no te hace mejor persona, juzgar a otras mujeres no te convierte en la adalid de la decencia peruana, y sumarte al corillo de voces descalificadoras no va a impedir que las mujeres sigan tomando lo que quieren cuando quieran.