Una investigación de El Comercio reveló no solo la ilegalidad de un servicio de taxi en moto, sino los componentes de violencia que existen entre los conductores a través de sus conversaciones por chats de WhatsApp.
Ellos no solamente conducen de forma ilegal por las calles de Lima, poniendo en riesgo la vida de sus pasajeros por intentar llegar más rápido que un taxi convencional, sino que también van drogados, van armados y dispuestos a violentar a mujeres a través de la difusión de datos personales, fotos, horarios y mensajes altamente misóginos contra ellas, además de compartir links de pornografía en donde se invitan mutuamente a ingresar para observar violaciones a menores de edad.
De esa forma, estos conductores alimentan una masculinidad malsana en la cual, la intimidad que les da la conversación privada del WhatsApp, la complicidad grupal que otorga el compartir un mismo trabajo, y las pocas posiciones en contra a este tipo de actitudes de sus demás compañeros, permiten deshumanizar a las mujeres hasta convertirlas en víctimas de la violencia sin ningún cargo de conciencia.
Así se va construyendo a un futuro agresor sexual, interesado no en evitar un delito y en no dañar a otra persona, sino en cubrirlo, bajo la risa y aquiescencia del grupo de hombres con los que se siente aceptado y respaldado.
Por eso no dudan en hablar de violaciones como gracia y en pasarse pornografía como algo natural, porque se les ha enseñado que eso hacen los hombres, que así deben de comportarse, y si alguien protestara, seguramente sería un maricón, vilipendiando su hombría y obligándosele a “hacerse hombre”, es decir, a mirar a las mujeres como posibles víctimas de violación.
Por eso necesitamos enfoque de género en la educación, para que la masculinidad tóxica con la que son criados todos ellos desaparezca.