Se han levantado las restricciones que limitaban nuestra libertad de tránsito, las que se habían dictado como medidas de control para mitigar el contagio, y hoy las calles están congestionadas de personas con mascarillas multicolores, de diseños y de marcas, y otras sucias y con manchas, con caretas faciales empañadas por el vapor de la respiración o con manchas del dióxido que eliminan los viejos buses que hoy han vuelto a transitar.
Las personas gritan a viva voz que quieren oxígeno, le reclaman al gobierno que construya hospitales, que pongan más camas en UCI, y el Congreso pide que se declare al dióxido de cloro como medicamento esencial. De pronto las redes se inundan de videos que muestran nuestra tragedia, Arequipa en emergencia es tendencia, Huánuco manifiesta que tiene médicos enfermos, La Libertad reclama intervención y Junín, en crisis, exige al gobierno más camas de hospital.
Definitivamente, una crisis que ni hasta el más pesimista de nuestros analistas pudo imaginar que nos encontraríamos. En poco tiempo, los casos se iban incrementando de manera exponencial y, más pronto de lo que nos imaginábamos, esta pandemia dejó de ser un problema de China y de los países europeos para convertirse en el nuestro. Y claro, no estábamos preparados para enfrentarlo, como no estuvimos preparados con el accidente de tránsito masivo ocurrido Ventanilla y poco antes de la pandemia, con la deflagración en Villa El Salvador.
Nuestro sistema aún no podía responder ante el friaje, mucho menos íbamos a poder con una pandemia, pero ¿qué debemos hacer? ¿esperar a que hagamos la inmunidad de rebaño? ¿esperar a que aparezca una nueva autoridad y cual héroe de Marvel nos salve de esto? O decidimos como ciudadanía volvernos los actores principales dentro de este problema que no es sanitario ni social solamente, es económico y político.
Es ahora cuando debemos internalizar que lo personal es político, y afirmar, en ese mismo sentido, que lo sanitario es político, desbaratando así la frase que suelo escuchar entre muchos de mis colegas: “Soy científico y no un político”, creyendo que cuando se habla de política, se habla de ser candidato a algún cargo de representación, o que, por el hecho de creer que la política es corrupta y sucia, no es prudente intervenir y exponer nuestras limpias y estériles batas blancas a tal despropósito, aunque igual vivamos de la práctica privada y estemos inertes ante el desastre de la salud pública.
Este es el momento justo para desbaratar esos mitos que diligentemente nos fueron implantados, cual chip cerebral, por los operadores del mal del gobierno del dictador Fujimori, cuando nos arrebataron del currículo escolar la posibilidad del pensamiento crítico y nos llenaron de horas de catecismo y miedo al pecado, y lo que debía estar lleno de civismo, historia y creatividad, se convirtió en adoctrinamiento para ser serviles y también operadores del mal. Así lograron convertirnos en ciudadanos carentes de ciudadanía, ciudadanos ajenos a su sociedad en sociedades individualistas y consumidas por el consumismo.
Le exigimos al gobierno una cura para la enfermedad, pero esta no existe, y solo vemos a la muerte pasar, mientras nos sonríe, a metro y medio de distancia y con mascarilla, haciéndonos guiños y una señal de hasta luego. Estamos tan aterrados que le hemos puesto toda la fe que le teníamos a La Sarita a un desinfectante de cloro industrial, y no nos importa si nos corroe las entrañas, lo importante es que alguien nos dijo que esto cura.
Ahora salimos a pasear, a visitar a nuestros amigos y familia, a compartir con ellos y en esa camaradería les compartimos hasta el virus, nos quitamos las mascarillas para respirar mejor, porque el dióxido de carbono que expulsamos nos intoxica, y porque pensamos que es más peligroso que el de cloro, que el respirador es solo una mordaza, que no tenemos que cumplir reglas impuestas por un gobierno que encima que no nos da oxígeno y que nos obliga al encierro, porque como dice el “genial” Christian Rosas: “Es mejor morir libres, que vivir esclavos”.
Estamos ante un enemigo invisible y mortal, que se muere tan fácilmente con el agua y jabón, que hasta Pin Pon podría contra él, pero se disemina tan velozmente que tiene a las grandes economías mundiales en insomnios al ver caer sus millones, mientras que los pobres igual se mueren de hambre o se mueren por COVID, y tal vez sus muertes ni siquiera serán cifras.
Nuevamente, ¿qué hacemos? ¿nos dejamos corroer por el cloro y nos entregamos a la muerte, mientras culpamos al presidente o al ministro? ¿Ahora culparemos a Pilar Mazzetti cuando los casos sigan en aumento y terminemos de contar nuestros muertos? ¿y le cargaremos a ella toda la responsabilidad del abandono de años, de tantos años, que hasta puedo afirmar que el sistema de salud nació abandonado?
Sigo convencida de que la responsabilidad es del Estado y del capitalismo criminal, ese suculento agar para la corrupción nunca antes mejor graficado que durante esta pandemia. Solo basta con mirar los casi 5 millones de infectados que tiene EEUU, ese millonario país con un sistema de salud mercantilizado a tal punto que es más fácil comprarte un carro que pagar una atención médica, y que justamente por eso no adoptó ninguna política de salud preventiva y, al contrario, parece haber deseado que esta se expanda por todo el territorio en alguna pretendida especie de selección no tan natural de su presidente.
Luego de leer algo de la maestra Rita Segato, me quedé un poquito anarquista, y por eso es que tengo ahora ciertos conflictos en pensar que debemos esperar pasivxs ante las respuestas del Estado, mientras esta crisis nos deja literalmente sin aliento. Creo que podríamos ejercer ya esa ciudadanía en abandono y reconocernos como una sociedad, entendiendo de manera contundente que este problema es político y es la consecuencia de una serie de decisiones, como el extractivismo, por ejemplo, que ha sido tan cruel con la naturaleza al punto de casi exterminarla y en ese afán lo que hemos logrado es que ahora tengamos nuevas enfermedades infecciosas como la que hoy vivimos, y todo ello en medio de sistemas de salud mercantilizados y empobrecidos, ideales para morir en un sálvese quien pueda.
No podemos permitirnos esa inactividad cuando la solución está en nuestras manos, eso aunque fue metáfora, tiene algo de verdad, puede ser cruel indicar el lavado de manos en un país con un alto índice de personas que no cuentan con agua potable, pero organizarnos en comunidad para hacerlo, sí es posible. Es una lucha de largo aliento, es verdad, pero podría por lo menos hacernos reflexionar en la forma en cómo hemos estado eligiendo a quienes tienen el poder sobre nuestros recursos y no solo lo usan para sus fines individuales, sino que a veces lo tienen y lo devuelven porque ineptos ellos no saben cómo gastarlo, la corrupción en todas sus formas en un solo ejemplo.
La organización en comunidad es fundamental, es momento de recuperar la tradición de la reciprocidad y en lugar de desalojar cruelmente a quien resulta enfermo, se debería tejer una red de apoyo alrededor de este y de su familia, una red de respaldo y acompañamiento, no solo para que no muera solo y en las calles, sino para que reciba la atención oportuna. Mientras que, a la par, los establecimientos de salud del primer nivel de atención deben abrir sus puertas y mirar a su población a cargo, pero no desde arriba, sino frente a frente, como sus iguales, reconocerse entre ambos y organizar inclusive las demandas sobre todo aquello que falta. Qué potente sería una solicitud de fortalecimiento de la atención primaria gestada desde la comunidad y respaldada por quienes los atienden, ninguna política neoliberal podría contra esa organización social, porque si no es ahora, ¿cuándo?
Las medidas preventivas han sido restrictivas porque se han pensado desde la perspectiva de un Estado que mira a las personas como seres sin voluntad, a los que las Fuerzas Armadas tenían que ordenar a palos que no escupa sobre otro esa saliva cargada de virus, cuando esto debería quedar en la buena voluntad de cada ser y pensar en ese prójimo que, aunque no conozcas, deberías amar y esa ser suficiente razón para que sea impensable que estornudes sin cubrirte o que toques algo luego de haberte tocado los mocos.
Y si pensamos un poco más profundo, podremos darnos cuenta de que hemos adoptado el uso de la mascarilla solo desde el punto de vista de quien debe cuidarse, como cuando a las mujeres nos enseñan a no vestir “provocativas” para evitar que nos violen, cuando debería ser pensada desde la perspectiva de estar potencialmente infectados y que debemos cuidar al otro de nosotros mismos, a ese prójimo que vemos tan lejano y tan ajeno, de tanto crecer y creer en individualidades. Más camas en UCI no nos van a salvar de morir, romper con nuestros egoísmos e individualidades sí.