La realidad nacional de nuestro país con respecto a régimen de visitas a niñas y niños, producto del divorcio o separación de sus padres, es un tema altamente preocupante.

Veo con inquietud que, mientras otros países vecinos como Argentina o Colombia, tiene identificada esta situación familiar, aquí todavía no existe un marco legal en tiempos de Covid-19.

Como sabemos, existe un alto porcentaje de hogares con niños que viven con uno de sus padres y reciben la visita del otro, los fines de semana.

Debido al confinamiento necesario que vivimos, para evitar la propagación del coronavirus, las familias nos vemos obligadas a inventar nuevas formas de relacionarnos.

Antes de la cuarentena, miles de niños y niñas pasaban algunos días de la semana visitando a su otra familia. Ya sea la casa del papá o de la mamá, con su nueva pareja e hijos del compromiso actual, o en muchos otros casos, el hogar de los abuelos, quienes fungen como segundos protectores.

Deben ser muy extraños estos días para los niños que, hace más de un mes no reciben visita de su padre o madre. Es preciso que le expliques a tu pequeño que por ahora no puedes ir a verlo ni llevarlo a tu casa porque generaría un riesgo para la salud de todos.

Evita discutir por teléfono con tu expareja; no le hace nada bien al menor terminar siempre en medio de una pelea por dinero o incompatibilidad de caracteres. Que este encierro sea motivo para empezar a escucharnos, hablar y entendernos más. Ten presente que, aún en la distancia, eres responsable de contribuir con su desarrollo integral.

El derecho a la visita es principalmente de los niños, y nosotros los adultos, padres, tenemos el deber de anteponer su bienestar y proporcionarle los medios necesarios. Si bien no podemos avalar el traslado de los menores para evitar exponerlos al virus, lo que sí podemos hacer es propiciar llamadas, videochats, videoconferencias con la otra familia, compartir fotos de actividades en la que los niños sean felices protagonistas.

El niño espera todo el día esa llamada, y no para que lo cuestiones por si ya terminó sus tareas, o para hacerle un test de aprendizaje, o retarlo por pasar muchas horas jugando, o para pedir evidencias visuales de que ha trabajado en casa y no ha estado de ocioso. El pequeño quiere oír que lo amas, que lo extrañas, que lo piensas todos los días, quiere escuchar de tus labios que pronto se volverán a abrazar y jugarán juntos.

Este cambio drástico repercute en el desarrollo emocional de los más vulnerables, los menores de edad. Tenemos que hacer todo cuanto esté a nuestra mano para asegurar su estabilidad no solo física, sino también afectiva.

Planteemos acuerdos para que, a pesar de que uno de los padres no pueda estar físicamente con su hijo o hija, las conversaciones telefónicas o videollamadas hagan que se sientan acompañados en ese abrazo telefónico y con el soporte necesario para estos tiempos experimentales. Que estas nuevas prácticas marquen el inicio de una cartografía afectiva ilimitada.