Escribe Claudia Luz Rivas Valverde

Mi niño lleva casi toda su primaria estudiando en el Carmelitas New School de Barranco. Eso, luego de cursar un desafortunado primer grado en el que otrora fuera mi colegio querido Manuel Montero Bernales. Infelizmente mi hijo sufrió un terrible golpe en los testículos por irresponsabilidad de su tutora (ahora directora de la institución) y la auxiliar de aula.

Dándome cuenta de lo difícil que es acceder a una educación gratuita digna, decidí apostar por invertir en la educación privada.

Este año ingresó a 5º grado y, a diferencia de otros años, tomé la decisión de hacerme cargo de los contenidos de su educación. Ya no me era suficiente pagar las pensiones, ayudar en las tareas, revisar los cuadernos, firmar el libro de control, asistir a reuniones de aula y a ceremonias aburridas; yo necesitaba dejar de quejarme por los contenidos y evitarle más sufrimiento a mi hijo que tiene la idea de que la escuela es aburrida y no sirve para nada.

Y es que, en el fondo, o no tan en el fondo, yo también creo lo mismo, estoy convencida de que el modelo educativo es una gran estafa, aun siendo parte de la educación privada sé que no es la mejor.

Desde hace algunos años, vengo investigando sobre las diferentes pedagogías y sus implicancias, dudando del fondo y la forma, cuestionando los perfiles de egreso de cada nivel. Comparando la educación pública con la privada y la alternativa. Adentrándome en lo rico del currículo oculto, y confirmando que la educación digna sigue siendo parte de una élite a la que pocos pueden acceder.

Así que, el día que ratifiqué la matricula, dejé una carta en dirección solicitando lo siguiente:

•          Educación horizontal, moderna y feminista

•          Convivencia democrática, colaborativa y autónoma

•          Metodología educativa basada en proyectos

•          Capacidad de investigar y aprendizaje por los propios medios

•          Capacidad de desarrollar la autocrítica y la conciencia social

•          Desarrollo de una sexualidad sana

•          Potenciar una educación intercultural, plural y el desarrollo humano

Al día siguiente todo listo:

Útiles escolares, libros de textos, mochila, lonchera, uniforme, zapatos, buzo y zapatillas, corte de cabello.

Sin embargo, ningún estudiante, ni en el mejor de sus sueños, habría imaginado que una pandemia mundial suspendería su debut estudiantil.

Ante esta preocupante crisis de salud, el Estado tomó la correcta decisión de parar las actividades académicas para evitar un contagio masivo, de esta forma ahora somos los padres (abuelos, tíos) los responsables a tiempo completo de llevar a cabo el proyecto educativo de los menores en casa.

¿Estaremos acaso preparados?

Si bien es cierto, los padres somos los primeros amautas de nuestros niños, no todos tenemos formación docente ni mucho menos pedagogía para llevar a cabo una sesión de clase y hacer cumplir a cabalidad las 29 competencias del currículo nacional.

¿Y dónde dejamos a los padres que tienen que aprender sobre la marcha el tratamiento oportuno de alguna de las tantas habilidades diferentes?

Las familias estamos en una grave disyuntiva, tratando de descifrar cuál es el secreto para que los niños y adolescentes de nuestros hogares no pierdan el año escolar y los padres no muramos en el intento.

Siempre estuvimos acostumbrados a que, a partir de marzo, la educación era enteramente responsabilidad de la institución educativa escogida. Teniendo a los chicos de 7:30 a. m. a 3:00 p. m. en un claustro asegurado. Mientras nosotros, los adultos responsables, nos partíamos la vida en calles y oficinas. Saliendo de casa al alba y regresando para el lonche para una revisada de tareas, en el mejor de los casos, en otros, inyectarse paciencia a la vena, sentarse al lado del hijo, respirar profundo y tratar de entender la ecuación para poder explicarla o buscar rápidamente las respuestas a las preguntas inverosímiles que algunos docentes formulan como tareas, que ni Google tiene cómo responderlas y, otra vez, no morir en el intento.

Ahora los colegios se ven obligados a utilizar las clases virtuales como medio formador, tienen la gran labor de trasladar su aula de clase a una pantalla. ¿Se podrá?, ¿todo el país tiene acceso a una PC y a una red de Internet?, ¿todas las zonas altoandinas y amazónicas tienen luz eléctrica?

El Ministerio de Educación difundió en el portal “PERÚEDUCA” una serie de contenidos sobre competencias, capacidades y rutas de aprendizaje. Además, lanzó la plataforma virtual gratuita “Aprendo en casa”, para que así, estudiantes de secundaria aprendan matemáticas.

Ahora bien, ¿todos los docentes están altamente capacitados para llevar a cabo una clase virtual? Queridos lectores, permítanme dudarlo.

Desde hace dos semanas vengo recibiendo una serie de actividades en el campus virtual del colegio de mi hijo; tremenda ha sido mi sorpresa al ver al detalle cada una de las actividades entregadas.

  • Material para descargar, imprimir o copiar.
  • Words y pdfs mal redactados, con términos extranjeros y en muchos casos pixeleados, producto del ya conocido copia y pega de Google.
  • Cuestionarios de preguntas para investigar, entrega de monografía y exposición.
  • Un par de vídeos de youtubers extranjeros explicando amenamente los contenidos según el plan anual del colegio.

Ni un solo ppt interactivo, ni un solo tutorial elaborado por los docentes, ni un solo poema, ni un solo cuento o narración en vivo, ni una sola actividad que implique la imaginación, la creatividad o el trabajo colaborativo.

Realmente, una decepción. No se trata de reemplazar una hora de clases presenciales por una hora a distancia, se trata de despertar la creatividad y de aprovechar didácticamente el tiempo en familia. El ministro de educación, Martín Benavides, ha sido enfático en aclarar que los colegios particulares que han emprendido un plan de recuperación serán supervisados y se evaluará si cumplen o no con las exigencias de calidad y las oportunidades de aprendizaje, ya veo que, en su mayoría, no será así.

Acaso ya olvidamos que la palabra escuela viene del griego scholé, que significa ocio, tiempo libre, estudio.

No se trata de atiborrar de tareas al estudiante y estresar al padre de familia, que ya tiene bastante con estar, en muchos casos, desempleado por la crisis y tratar de buscar el día a día en medio de la inmovilización social.

Se trata, creo yo, de sembrar nuevas formas de estar en el mundo, de llevar a cabo un proyecto educativo vinculado a la vida, porque lo que estamos ejecutando hasta ahora, por el contrario, nos están llevando a la decadencia del ser.

Podemos concluir como reflexión que, la estructura educativa no está preparada para ser reemplazada por la educación virtual. No solo por falta de recursos tecnológicos, sino, sobre todo, por falta de adaptabilidad de nuestro alicaído sistema educativo. Seguimos preparando a los estudiantes para ser obreros, hormigas productoras y consumidoras del capitalismo, sin darle la oportunidad de dejarle pensar, de dejarle soñar, de dejarle decidir por una formación para la vida en donde el ciudadano se vea en convivencia comunitaria y sea el autor de nuevos conocimientos.

Hemos olvidado que lo importante no es enseñarle a aprender, sino enseñarle a pensar y sentir.

Pero vamos, no todo está perdido. Aquí les comparto un link del aula virtual que le pertenece al colegio Javier Heraud de Huaycán: Aula virtual 5° grado de Comunicación. Un ejemplo loable de cómo utilizar la adversidad mundial como tema de aprendizaje diario para potenciar las habilidades de nuestros niños.

Esta nueva era nos da la oportunidad de desobedecer al mandato estructural de siglos de currículos en letra muerta, de reaprender un lenguaje solidario para que cuando volvamos al mundo, podamos irradiar a la educación, liberación, luz y color.