El Perú, su gente, sus gobernantes, sus autoridades y el sucio sistema de justicia se declaran, al parecer, enemigos acérrimos de las mujeres. En este territorio machista y misógino las mujeres no valemos nada, nuestras vidas, nuestros cuerpos y libertades son maltratados por doquier y ello no es motivo suficiente para que se implementen acciones contundentes e inmediatas que permitan recordarle a esta desastrosa sociedad que las mujeres somos personas y tenemos derechos inherentes a nosotras por el simple hecho de existir.

En tan solo unos días hemos sido testigos de que a las mujeres se les quema y asesina en caso se nieguen a sostener una relación, somos espectadores de cómo la Policía Nacional del Perú, en el marco de un contexto escalofriante por la conmoción social ante la muerte de Eyvi, libera a un sujeto, con la misma conducta delictiva, que intentó quemar viva a su pareja. Ello sin contar con los innumerables casos adicionales de violencia que día a día revientan los titulares periodísticos.

Pero como las mujeres seguimos valiendo una reverenda nada, el día de hoy tomamos conocimiento nuevamente de un caso aberrante en el que una mujer, quien se desempeñaba como terramoza en la empresa de transportes Palomino, en el camino de Arequipa a Lima, con presencia de los pasajeros, fue agredida sexualmente por el chofer y el ayudante, los cuales fueron abrazados por la impunidad y el sentimiento de desprecio hacia las mujeres que sienten los funcionarios del Estado, dado que de manera sorprendente se encuentran libres.

Para la PNP, la fiscal Karina Toledo Wong decidió no procesar a los despreciables agresores confesos, debido a que el crimen había sido cometido en Nasca y no en Lima, y quien al parecer encima “recomendó” a la víctima que tenga a bien tomar un bus para realizar las diligencias correspondientes. Por otro lado, para la Fiscalía, quienes incumplieron con su deber fueron los efectivos de la PNP, pues afirma que no cumplieron con la disposición de trasladar a los agresores a Nasca para que sean correctamente procesados. Simplemente, esto es una burla y una ofensa a la dignidad de todas las mujeres, pues estas conductas, además de denotar una profunda mediocridad profesional y escaso sentido común, muestran una gran ausencia de humanidad, la cual es fundamental, sobre todo, en toda aquella persona que es servidora pública.

El sistema de administración de justicia en nuestro país es sencillamente nauseabundo, desde la forma en cómo se forman a los profesionales del Derecho, hasta cómo operan los efectivos policiales, los congresistas que priorizan el enriquecimiento ilícito, los fiscales que no se atreven a denunciar con enfoque de género, los jueces que sentencian al son de la coima, y también los funcionarios del Ministerio de Justicia, que tienen una participación casi nula e invisible en la lucha contra la violencia de género hacia las mujeres. La falta de compromiso y el escaso actuar ético de los trabajadores del Estado, que aunados a su pensamiento machista del que no quieren desprenderse, hace que incluso haya incentivos para vulnerar a las mujeres como les dé la gana.

Detrás de toda la ineficiencia del Estado existen personas, no se trata de un ente abstracto que nos violenta, se trata de un conjunto de “servidores estatales” que no tienen el más mínimo sentido del deber para hacer bien su trabajo. Estamos tan cansadas de la ineficiencia estatal que ni siquiera pedimos que tengan mayores iniciativas para la lucha frontal contra la violencia que vivimos las mujeres, nos basta, en principio, con que hagan su trabajo, pero ni eso pueden hacerlo.

La indignación es inevitable, y no pretendan que la furia no nos embargue, pues las mujeres estamos hartas de que el simple hecho de nacer como tales genere un riesgo inminente en cada paso que damos, más aún cuando los agresores machistas son blindados por la ineficiencia del Estado.

Las mujeres estamos en emergencia y no vamos a claudicar hasta lograr un espacio social donde podamos vivir y no sobrevivir; y, bajo ninguna circunstancia son designios de la vida, como vergonzosamente señaló el presidente Vizcarra, que nos quemen mientras nos transportamos a nuestras casas, que nos violen mientras realizamos nuestras actividades laborales, que nos asesinen mientras estamos en nuestros hogares, pues el único designio de la vida es que seamos libres.