Levantarse cada mañana, hacer un repaso de las cifras de contagios, ingresos a UCI y muertos a causa del Covid-19. No hay camas UCI disponibles en varias regiones del Perú, las personas mueren sin recibir atención médica y otros millones no saben si sobre la mesa habrá algún pan que repartir para saciar el hambre. He visto gente realmente desesperada pidiendo ayuda, banderas blancas en las puertas de varias casas, estudiantes recibiendo educación remota, ambulantes huyendo de la policía y los fiscalizadores que, sin mediar palabra, les arrebatan la mercadería que compraron con el poco dinero que tenían, he sido testigo de la crueldad de quienes lucran en tiempos en los que la solidaridad debería ser la regla.

Cuando hay una emergencia sanitaria, una crisis económica o social, los cuerpos que se acumulan en los cementerios siempre son de aquellos que no pudieron pagar para salvarse, el Covid-19 no es un igualador social, no toca la vida de todos por igual, acrecienta las desigualdades y es aún más violento con quienes lo han perdido todo.

El aislamiento social obligatorio, que se extendió hasta el 30 de junio en el país, ha generado que miles fueran “suspendidos” de sus trabajos, y otros tantos despedidos. Las grandes mayorías batallan cada día por sobrevivir, mientras los bonos tardan en llegar o no llegan a sus casas. La vida aparece sin un futuro promisorio a la vista. El mundo en el que vivimos definitivamente hará un viraje, un cambio de timón, la pregunta es: ¿hacia dónde?

En Europa, apuran el retorno a una “nueva normalidad” en fases y las personas salen a las calles, enfrentan una economía en crisis, son despedidos y tratan de acomodarse a “nuevas reglas de convivencia”.  Mientras que en América, Estados Unidos, México, Brasil, Chile y Perú pasan a ser el epicentro de la emergencia viral.

En Estados Unidos, la rabia de millones se moviliza en las calles y se manifiesta de diversas formas luego del asesinato de George Floyd, quien se ha convertido en el símbolo de lucha de un  movimiento que se levanta contra siglos de opresión, discriminación racial, violencia estructural y sistemática contra los afroamericanos, cuyos cuerpos en otros tiempos eran comercializados y esclavizados y, que hoy, en un mundo que se llama “libre” son asesinados y perseguidos de las formas más violentas. Las protestas representan el despertar de la ciudadanía que no está dispuesta a tolerar ni un solo atropello más. Evidentemente, la respuesta del gobierno de Trump ha sido la represión y la política del miedo.  

Este es nuestro mundo hoy, ¿cómo será el mundo de mañana?

Será esa imagen distópica de hipervigilancia y control social en regímenes que buscarán regular cada espacio de nuestras vidas a medida que las brechas de desigualdad de hacen más y más grandes. Esta crisis beneficiará nuevamente a ese pequeño porcentaje de personas que poseen más dinero que todos los países en vías de desarrollo juntos, aquellos que en medio de la catástrofe preparan viajes al espacio, mientras millones sienten las entrañas lacerarse ante la indiferencia de la clase política que por temor a ser “populistas” no aseguran medidas de redistribución de la riqueza.

O será un mundo más humano y solidario, donde las personas hartas de tanta injusticia dejaremos de esperar la buena voluntad de nuestras autoridades y empezaremos a exigir una vida digna con libertad y equidad. ¿Qué “nueva normalidad” es la que queremos construir?