La cantidad excesiva de cualquier cosa abruma y hasta perturba. Fiarse de ella o apoyarse en su contundencia no lleva a un final feliz.

En el Perú esta muy difundida la ‘cultura camión’; una que cimenta sus estatutos en la idea de que más es mejor, que el montón es más contundente que cualquier otro argumento.

— ¿Fuiste a la nueva cebichería de la esquina?

— No, ¿está buena?

— Claro, sirven así.

El personaje que ‘marketea’ al restaurante, le garantiza a su amigo que el nuevo cebiche es lo ‘mejor’ que existe y ha probado. Sus manos, como quien agarra imaginariamente una pelota de básquet, refuerzan su versión y es su prueba innegable de que cualquier peruano debería darle la razón.

Las empresas —que primero buscan generar ganancias— conocen al peruano promedio; lo estudian constantemente para darle un producto al que no ponga resistencia. Y hay cosas que solo necesitan la justificación de una encuesta.

Como siempre, cuando la resaca nos obligaba a prometer dejar para siempre el alcohol, aparece la versión litro de Pilsen.

(Visto en redes)

Pilsen ha ganado terreno entre los consumidores de cerveza estos últimos años, casi desde que empezó a presentarse en su botella color verde. Los peruanos y peruanas que rondan los cincuenta años recordarán que su archirrival, la Cristal, se llevaba todos los aplausos en los años 80 y 90. Había retos en las calles —según la publicidad de aquella época— para confirmar que la cerveza Cristal tenía un sabor inconfundible. Cumpleaños, aniversarios, bodas o simplemente para la ‘sed’, la rubia era irremplazable.

Lo que llama la atención —al menos para algunos— es que a pesar de que los tiempos han cambiado y el podio tiene en lo más alto a la verde, Pilsen no ha tenido mejor idea que darle a sus consumidores cantidad antes que calidad. No ha asegurado la mejora de su sabor.

— No importa, es mejor porque ahora hay más.

En Perú, octubre se presenta como una manera de que la cantidad podría asegurar cualquier cosa, en este caso milagros. Los creyentes tienen esa seguridad en el número incontable de fieles que asisten a visitar y pedirle lo imposible a la imagen de un Cristo crucificado.

No sé si han podido notar que el ‘mar humano’ ha sufrido estos últimos años una especie de contaminación causada por la información y el acceso a estudios que cuestionan la verdad de los hombres y mujeres de morado que año a año —le llaman tradición— han transmitido a sus hijos.

— Hay que creer, hijo, ¿no te das cuenta cuánta gente va?

Hace una semana, había una mayoría en el Congreso de la República que durante tres años no perdieron la oportunidad de recordarnos que su cantidad les aseguraba tener la razón. Lo que postulaban tenía el peso de una verdad religiosa; sus proyectos de ley y declaraciones tenían el respaldo de sus colegas-aliados.

Sí, el ‘somos más’ quiere callar todos los argumentos que se crucen en su camino; no pretende escucharlos porque su ‘razón’ tiene una base que supera en número a cualquiera, una cantidad que se da el lujo de poder decirle a un simple opositor ‘habla con mi mano’.

En setiembre del 2017, la líder de la disuelta mayoría congresal habría dicho: “No me interesa si se perjudican diez mil, cien mil personas. ¡No va!”, al intentar paralizar el proyecto de irrigación Chinecas, impulsado por unos congresistas de la región Áncash. La ‘bomba’ la dio la exparlamentaria Yesenia Ponce.

Gugleen democracia y no verán en el concepto que ella establece que la mayoría es quien tiene la razón. Es una forma de gobierno que debería ser llevada con responsabilidad tanto por los que eligen como los elegidos.

Un apunte final. Tampoco es ideal el otro extremo. Un claro ejemplo son los restaurantes gourmet que han sido víctimas de la creatividad de las redes por las presentaciones minimalistas de sus platos, y que aseguran ‘disfrutar de la experiencia’ dejando de lado el producto. Equilibrio, amigos.