“No hay enemigo débil”, dice la conocida frase, y esta aplica a la realidad social peruana cuando de enfrentar al fujimorismo se trata. La experiencia nos debe enseñar mucho y el ver la permanencia de esta mafia política ejerciendo poder público y manejando a su antojo las instituciones del Estado nos convoca a la autorreflexión respecto a qué estamos haciendo para evitar su continuidad.

Es totalmente conocida que una de las características intrínsecas del fujimorismo es su espíritu autoritario, en ese sentido, están acostumbrados a hacer lo que su voluntad demanda sin que ello importe el lesionar derechos, la democracia o la institucionalidad del Estado. Se hace lo que ellos y ellas quieren simplemente porque sí, y eso se ha evidenciado desde los Fujimori como líderes, hasta sus compinches que tienen la dictadura en su naturaleza de ser y son opresores en sus propios espacios.

Ahora bien, así como mandan con rudeza, están también acostumbrados a ser sometidos a obedecer con firmeza, esto conlleva a una estructura totalmente vertical y jerarquizada en el fujimorismo, en donde no existe el sentido de libertad, algo que debe ser inherente a todo ser humano y más aún cuando ejerce participación política. Para el fujimorismo no existe ni una cuota de concertación democrática, no existe participación basada en la igualdad, respeto y valoración por la otra persona, no se evidencia el trato en dignidad y no hay consideración con la opinión o aporte que alguien pueda dar, pues todo se hace en base a caprichos y mandatos opresores. Siendo esta la estructura de la mafia fujimorista, su forma de ver el ejercicio de la política en el país no es distinta y sienten que, si esto que ocurre en su forma de organizarse, entonces es así como debe desarrollarse la función pública.

El fujimorismo no acepta un no por respuesta a sus propuestas, y tampoco le importa una recomendación para mejorarla, de hecho, no le importa nada, porque para un espíritu autoritario nada que venga de esferas externas a los caprichos y voluntades tiene valor alguno, ni siquiera aquello que también les beneficie, porque se encuentran encerrados en sus mentes opresoras y en definitiva no valoran a otra persona que tenga “la osadía” de dirigirse a ellos en igualdad, porque recuerden, sus relaciones son de sometimiento o de obediencia absoluta a sus líderes déspotas.

Por tal motivo, cuando en el 2016, teniéndolo todo a favor y no ganan las elecciones presidenciales no aceptan la derrota y su rabia, cargada de malicia, hizo que perjudicaran tanto al Perú y que ahora tengan las consecuencias de sus actos. Sin embargo, ese capricho incoherente de aferrarse al poder también los vemos reflejado ahora con la no aceptación de que ya no existen como parte del Congreso.

El fujimorismo es mafia pura, y de la buena, pero en diversos momentos los hemos subestimado por el nivel de estupidez y torpeza de sus personajes, que hasta risibles resultan, pero debemos ser conscientes que tienen poder político y son talentosos para la maldad y el engaño.

En el 2001 creíamos, ingenuamente, que los habíamos derrotado, que logramos expectorarlos de la escena política y mírennos ahora, 18 años después, luchando nuevamente por sacarlos de esos espacios públicos que jamás deberían haber ocupado.

La reacción emotiva de movilizarnos en las calles para promover la democracia y ahora último para respaldar la acción del presidente Vizcarra de salvaguardar la dignidad del Perú es valiosa, necesaria y sumamente pertinente, pero no lo es todo. La amenaza aún no ha acabado, el fujimorismo sigue vivo, y no solo a través de quienes ejercían su representación en el disuelto congreso, sino que se encuentra encarnado en cada persona que ha sido y es servil al mismo en la esfera pública y privada.

El fujimorismo sigue vivo en cada una de las cabezas de las diferentes organizaciones y empresas que pagan e intercambian favores con la mafia keikista, sigue latente en cada funcionario público que ejerce el cargo de manera corrupta, sigue presente en cada fiscal y juez que manipula la correcta actuación de la justicia, sigue enérgico en cada persona que cumple misiones de extorsión a la democracia.

Tenemos al enemigo de las y los peruanos debilitado, pero no podemos parar hasta aniquilarlo, porque de lo contrario, en unos años, nos veremos bajo el mismo escenario de rescate a la dignidad, y el Perú ya no da para más.

No bajemos la guardia, que si bien es justo para nosotros y nosotras gozar con humildad el ver a las personalidades corruptas golpeadas por el cono de la dignidad del pueblo, no podemos descuidar una vez más este camino que nuevamente emprendemos para rescatar a nuestro querido Perú. Se nos presenta una nueva oportunidad de acabar con el fujimorismo y sus aliados, esos que seguramente pretenderán ocupar más puestos públicos gracias a la plata como cancha que manejan o a su aparente imagen de integridad de la lampa pujante, pero que estuvieron prestos a dar continuidad a la mafia institucionalizada.

Que nuestro próximo encuentro con las urnas sea un compromiso con la dignidad, con nuestra dignidad, esa que jamás debemos abandonar.