Esta pandemia nos está mostrando la cara del sistema de salud y el abandono que por años ha sufrido un sector que ha sido víctima de la mercantilización y la deshumanización, tratando como negocio un servicio que debió ser siempre un derecho.

En medio de esta caótica situación, los héroes de primera línea reciben aplausos diarios a las 8 de la noche, mientras en sus edificios no los dejan entrar y en sus trabajos les niegan protección personal y les exigen puntualidad y óptimo desempeño sin pagarles a tiempo sus salarios, sin alimento y sin transporte; pero, ¿somos las víctimas de esta crisis?, aparte de las personas infectadas, claro está, o ¿somos los victimarios que estamos bebiendo ese veneno que nosotros mismos preparamos con antelación?

Siempre me genera mucha incomodidad escuchar o leer cuando las médicas y médicos afirman de manera enfática que no debemos involucrarnos en política y que debemos dedicarnos a estudiar, que para eso estamos, que debemos prepararnos para curar enfermedades, debemos estar aptos para “salvar vidas” y para eso están los libros de medicina y las últimas publicaciones del “Journal”, leer “Hildebrant en sus trece” puede ser una pérdida de tiempo y peor aún un libro economía, antropología o sociología, leer a Foucault está definitivamente fuera de lugar, ya ni qué decir de un libro sobre género, algo de Rita Segato, eso jamás. 

De haber crecido entre la corrupción de García y la dictadura de Fujimori, que de manera muy solapada nos iba quitando del currículo escolar muchas materias que “no eran importantes”, fuimos convirtiéndonos en adultos analfabetos en política, en derechos, en civismo y en realidad nacional, que aprendimos muy bien hasta El Credo, pero que no sabemos ni el primer artículo de la Constitución, que podemos repetir al pie de la letra el ciclo de Krebs, pero nuestros derechos no los podemos ni mencionar, y peor aún, los derechos de los demás.

Somos estos profesionales con esa deficiente formación integral los que ahora nos ahogamos en la desesperación por la falta de ventiladores mecánicos y puntos de oxígeno, que nos agotamos de solo ver la cantidad de personas en las veredas de las puertas de los hospitales sin siquiera poder ingresar al hospital, para que aunque sea les digan “no hay camillas”.

Somos estas personas que les decimos a la ciudadanía que se quede en su casa, que salgan de uno en uno, que se laven las manos y cuando vemos cómo las cifras de personas infectadas aumentan exponencialmente y el número de muertos sin razón aparente es mayor al de las personas fallecidas que pueden acceder a los servicios de salud, los llamamos irresponsables, a esa misma a la que le decimos que regrese otro día con el resultado de su radiografía para saber si tiene una fractura o no, y no nos preguntamos si conseguirá una cita o si podrá subir las infinitas escaleras amarillas que ni siquiera llegan hasta el lugar donde se ubica su casa.

Somos esas mismas personas que en medio de esta pandemia le decimos a una gestante que aún no está en trabajo de parto y que regrese, desconociendo que hay restricciones de salida y que no hay transporte para poder retornar. 

Somos esas personas que recién nos damos cuenta que los derechos laborales eran necesarios, ahora que ya no podemos trabajar en consultorios privados, que las clínicas ya no requieren de nuestros servicios y no podemos “llevarnos” a los pacientes del hospital para atenderlos mejor en “otro lugar”.

Somos esos héroes de primera línea con respiradores chinos sin certificación y mandilones que traslucen nuestra ropa interior y se rompen con solo un respiro, pero que no nos importaba que el fujimorismo había secuestrado el Poder Legislativo, porque nuestra función era solo estudiar y leer medicina para incrementar nuestros ingresos y así poder ser felices, llevando a nuestra familia a Disney, tener un carro para presumir en el estacionamiento y tener a nuestros hijos en colegios que cuestan más que 5 sueldos mínimos y que ahora no podemos pagar porque tampoco nos preocupamos por la estabilidad laboral y estábamos contentos con trabajar por servicios no personales, porque así ganamos más y podíamos trabajar en más lugares sin restricciones, y es ahora cuando nos desesperamos porque ni nosotros ni nuestras familias tienen seguro de salud y si algo nos sucediera, vamos a ser atendidos en esos hospitales sin recursos que nosotros mismos ayudamos a desmantelar con nuestros silencios y nuestra indiferencia.

Las responsabilidades nunca serán individuales, pero hemos sido cómplices silenciosos del caótico sistema que desde hace muchos años maltrataba y abandonaba a las personas más pobres, no tuvimos la empatía de bajar la mirada, de sacar las narices de los libros de medicina y mirar la pobreza, la realidad de este país que se carcomía en la corrupción tan institucionalizada que hasta fuimos aprendiendo a ejercerla de manera muy eficaz.

Somos las víctimas, sí, porque desde niños nos enseñaron que el que estudia triunfa y el que es pobre, es pobre porque quiere; nos dijeron que ser “doctor”, así, en masculino aunque seas mujer, era formar parte de un grupo de élite, y que aunque seas cholo te volverías blanco y que el dinero te traería felicidad; te enseñaron que ser médico era sinónimo de tener dinero, no importa cual fuera el precio; pero se olvidaron de enseñarnos a conmovernos con una canción, a detenernos para contemplar los colores de la naturaleza, a disfrutar de un libro como quien se come un pedazo de chocolate, se olvidaron de enseñarnos a amar las trenzas y las polleras de nuestras abuelas, en lugar de avergonzarnos de ellas, se olvidaron de exigir un mejor país que nos forme de manera integral y nos brinde conocimientos en todas las ciencias que sirven para mirar a las personas como personas y no como maquetas llenas de órganos y cubiertas por piel.

Se dedicaron a convertirnos en seres utilitarios para ser las manos que ejecutaban la maldad y nos pusieron el cuchillo en las manos sin darnos cuenta, y fuimos los capataces malvados que cumplimos las órdenes del patrón, vivimos engañados porque creímos que teníamos privilegios cuando nos pagaban 10,000, pero ellos ganaban 100,000.

Parecemos victimarios, sí, porque somos esos seres sin empatía que no sabemos usar las palabras adecuadas para decirle a alguien que su familiar ha muerto, somos esos seres que intubamos eficientemente a un paciente y manejamos de manera exitosa el ventilador mecánico, pero no sabemos ni su nombre y le decimos el del 31, la abuela, el viejo, el de la hija pesada que está gritando en la puerta.

Somos las víctimas que tal vez necesitábamos de una pandemia para vernos vulnerables, darnos cuenta de que no somos dioses, aunque eso nos dijeron siempre y creímos que los mortales debían vernos a través de unos lentes de sol por lo enceguecedora que puede ser nuestra luz, somos esos seres que nos acabamos de desengañar con el sistema que se hacía rico con nuestras canas y arrugas a los 30, con nuestros hijos que le dicen ‘mamá’ a otra mujer y que lloran cuando los queremos abrazar los únicos 5 minutos que nos permitimos ser personas normales.

Esta crisis ya está en camino y poco o nada podemos hacer, ni el mejor de los gestores podrá generar los recursos que en realidad necesitamos para salvar a la gran cantidad de personas que agonizan en las puertas de los hospitales cerrados, pero no podemos permitirnos no aprender y hacer que nunca más vuelva a suceder, pandemias habrán muchas más, tenemos que sacar lecciones importantes, no podemos luego de esta crisis atrevernos a decir que los que apostamos por la atención primaria somos los brutos o mediocres que no pudimos hacer medicina intensiva o de emergencias, no podemos volver a decir que el que opera es un dios y el que enseña a lavarse las manos es un triste pelele que envejece en su posta olvidada. No podemos jamás volver a quedarnos callados con la corrupción, no podemos decir jamás que quien sale a las calles y se expone a la violencia de las fuerzas del orden por reclamar tus derechos es alguien que no tiene nada que hacer y que eres mejor porque tú dedicas ese tiempo a estudiar y ser mejor doctor.

No te atrevas a no ser mejor persona luego de esta crisis, no te atrevas a permitir que las cosas vuelvan a ser iguales y pelea por un sistema único de salud, por la salud como derecho, por derechos laborales y por el acceso universal, no te atrevas nunca más a defender la privatización y mercantilización de la salud, porque los que quedemos vivos después de esto, debemos quemarlo todo y construir un nuevo sistema, más justo, más solidario y más humano, en donde salvemos vidas y acompañemos en la muerte tomándole las manos a quien nos mire y no tenga que cerra los ojos por nuestra luz, sino que pueda ver nuestros ojos sinceros y amables y así podrá respirar mejor que con cualquier ventilador mecánico, que a veces es tan inservible si no hay una mano amable que te toque el alma y te calme el dolor.